1930. La futura estrella de la Ópera y el Bel Canto, el niño Andrei Bogdan y su familia, se dirigían con lo poco que poseían, al puerto de Mangalia, ubicado en las encantadoras costas del Mar Negro, en Rumania. Para aquel momento, sus intenciones de partir de su país natal hacia América, por primera vez, era conseguir mejorar su precaria condición económica. Los conservadores padres de Andrei consideraban que emigrar favorecería el futuro de sus tres bien amados hijos, aunque esa idea había sido reforzada por un paisano y pariente lejano suyo, Olaf Wolf, un astuto y ambicioso empresario, con una habilidad solapada y siniestra para siempre engañar y mentir. Aquel bribón, con su manipulador poder de persuasión, fue quien los convenció completamente, colmándolos de grandes expectativas.
—¡Cuando lleguemos ya verán, la fortuna les sonreirá! Esta pequeña deuda por todos los gastos del traslado y el hospedaje a mi cuenta, serán pequeñeces olvidadas. —Olaf Wolf les sonreía cordialmente con total convencimiento, haciéndoles teatral reverencia a cada miembro de la humilde familia, mientras abordaban Neptuno, el modesto buque trasatlántico. Su mirada penetrante y vivaz, siempre destacada por sus pobladas cejas, estaba secretamente centrada en el niño Andrei. Él valía toda esa inversión hecha y mucho más. Olaf Wolf sabía que todas sus cartas estaban apostadas a las cualidades vocales extraordinarias de aquel niño prodigio. En muy poco tiempo podría recuperarse de la bancarrota, y lograr ser nuevamente, un admirado y respetado empresario. Solo era necesario lograr convencer a los padres de Andrei, para hacer uso y explotar a su conveniencia, el portentoso talento oculto de su hijo menor. Para eso tendría primero que conseguir ganarse la plena confianza de la familia y mantenerse siempre ligado a ellos, hasta lograr alcanzar su cometido.
Neptuno estaba ya listo para partir; su sobrio y grave llamado fue claramente escuchado en el puerto. Toda la tripulación agilizaba sus maniobras para zarpar. Una pequeña multitud en el muelle despedía a los viajeros, intercambiando señas y buenos deseos. Olaf Wolf había dado instrucciones a un tripulante para que se hiciera cargo del equipaje con las pertenencias de la familia Bogdan, pero éste, sin que sus confiados dueños supieran, jamás hizo lo encomendado. El marinero no subió al barco ni una sola de sus valijas.
—¿No te emociona poder viajar juntos y conocer un nuevo mundo, querida?...
—No sé, amor, creo que siendo la primera vez que viajamos tan larga distancia, me asusta un poco. —La señora Bogdan le respondió a su esposo, contemplando desde la cubierta el vasto horizonte frente a ellos y la blanca estela, cual cola de novia, arrastrada tras de sí por la embarcación. La romántica visión la llevó a recordar con nostalgia su boda y vida en matrimonio. Ella tenía apenas dieciséis primaveras y sus tres hijos habían nacido y crecido con total rapidez. Ya los dos mayores alcanzaban esa misma edad cuando se casó, y ella todavía poseía la lozanía de su juventud. Era muy afortunada por haberse enamorado de un hombre bueno, quien la respetaba y protegía. Su esposo y ella provenían de Saturno, un apacible y trabajador pueblo de pescadores en Mamaia, sus calles siempre estaban repletas de bellas flores. Cerca de ahí quedaba el lago Siutghiol, conocido desde siglos por poseer propiedades curativas contra enfermedades de los huesos y la piel, reuma, artritis o problemas nerviosos. Estando en espera de Andrei, recordaba cuando su bisabuela y comadrona, le vaticinó que aquel niño poseería un don especial, como aquellas aguas del lago, un poder sobrenatural y extraordinario que ella en su momento descubriría.
Los viajeros contemplaban fascinados el fabuloso espectáculo del sol, ocultándose entre las nubes, dorado y majestuoso; algunos albatros y gaviotas revoloteaban el firmamento. Olaf Wolf, acercó al pequeño oído de Andrei, la curvilínea concha de una caracola marina.
—¡Acá dentro está atrapado el suave bramido del mar, querido Andrei!... ¡Escucha!... ¡Con suerte puede que logres también captar un canto de sirenas! —Olaf Wolf miraba al niño con total atención y expresión convencida y vivaz. En secreto admiraba al pequeño tanto, que él mismo se aborrecía de ello.
Andrei sujetó con su manita la espirilada concha, era esmaltada, de agradables y vivos colores. Inesperadamente, el susurro del viento y las olas trajeron una ensoñadora melodía vocal extraordinariamente conmovedora, que los sedujo e hipnotizó por su potencia y belleza sobrenatural. Era indescriptiblemente hermosa, sutil, etérea; un ángel sanador, sin dudas, cantando frente a ellos. Incluso el mar gentilmente enmudeció, para luego aplaudir en su honor.
La primera parte de esta historia la pueden disfrutar aquí:
Un agradecimiento especial a www.literautas.com por la motivación e inspiración para crear este texto según sus lineamientos del taller Escena Nº 50 de escritura creativa "El Marinero".


Comentarios
Publicar un comentario