I Describirles estos sucesos me hace sentir extremadamente feliz. Y es porque, al menos a mi parecer, fueron hechos extraordinarios. Papá había logrado crear un buen punto justo en las proximidades del Club Social. Ambos ofrecíamos, desde nuestro modesto camión ambulante, deliciosos churros azucarados. Nuestra clientela era básicamente todo ese público que por curiosidad nos ordenaba una bolsita para llevar. ¡Siempre volvían! Fabricar churros en realidad no posee mucha ciencia, pero mamá nos entregaba la masa que ella misma llamaba «especial» (y debía serlo) porque papá siempre lograba freírla íntegra, contemplando luego los rostros felices y plenos de niños, jóvenes y adultos por igual. Trabajábamos en horas de la tarde, cuidando coincidir con la merienda o un poquito más, hasta el anochecer. Papá era un hombre también especial. Cuando mamá murió nunca se comportó igual. En parte porque nunca descubrimos el secreto oculto en la receta, ni tampoco logramos que los churros fueran tan p...
Lectura amena para degustar y quedar con ganas de más, alejada por completo de los convencionalismos, es creativa y libre, por lo tanto con estilo propio.