Me encuentro en un amplio salón de clases, similar a uno de los del colegio donde estudié primaria. Reemplazando al pizarrón, contemplo una formidable pantalla LSD de por lo menos 900 pulgadas. El espacio que ocuparían las primeras filas de pupitres las sustituye toda una robusta mesa, similar a una consola de sonido, repleta de botones e indicadores, pero no de aspecto actual o futurista, sino antiguo o retro, muy sesentoso. Mi mejor amigo me acompaña, explicándome con entusiasmo cómo funciona esa "maravilla". Observo en la gran pantalla imágenes muy personales, confidenciales; muchas de ellas (o casi todas) son de momentos íntimos. Me siento entre sorprendido e intimidado, aunque son sólo fotos, me desconcierta ser el demo o sample de aquel invento. Desperté.
Lectura amena para degustar y quedar con ganas de más, alejada por completo de los convencionalismos, es creativa y libre, por lo tanto con estilo propio.