
Hace ya muchas lunas, en el alto delta del río Nilo, tres jóvenes cangrejos jugaban a la guerra, correteando a sus anchas una espléndida y soleada ensenada. Sus lustrosas armaduras escarlata centellaban entre las prístinas aguas, a medida que atravesaban ágilmente grandes cúmulos de verdes manglares, cual si fuesen descomunales puentes que interconectaban el fondo del río con la superficie. Un primer cangrejo expresó:
—¡Vean y admírenlas! ¡Nuestras tenazas son poderosas espadas de doble hoja, cuya fuerza nos fue otorgada por el mismísimo Sobek, dios de estas aguas, para hacernos invencibles ante nuestros enemigos! —Apenas expresó su cualidad especial, comenzó a agredir con fingida fiereza a sus dos otros contrincantes. Sus jadeos y empujones de lucha imaginaria y el sonido seco al chocar una contra otra, le brindaba plena veracidad a su revelación.
Un segundo cangrejo alzó la voz exclamando:
—¡Los dioses han decidido hacernos criaturas aún más poderosas! ¡Han sorteado la baraja del destino, eligiendo transformarnos en tres temibles dragones de fuego! ¡Ahora poseemos la fiereza de la cobra rey y el poderío de sus alas mágicas para volar! —Dicho esto, cada uno fue apresuradamente desplazándose por un amplio arco vegetal; una enmarañada bóveda que las ramas de manglar, las que fueron creciendo en ambas orillas, habían formado al lograr entrelazarse en el centro del río. Estando ya los tres cangrejos en el punto más alto de aquel puente natural, decidieron saltar. Se encontraban ahora justo al frente de una desembocadura muy próxima al mar.
—¡Vamos dragones! ¡Hagámoslo!
Los tres crustáceos brincaron valientemente al vacío. Aquellos instantes en el aire les permitió experimentar una dicha plena, indescriptible; un sentimiento genuino de suprema felicidad. Casi ni se percatan del momento cuando volvieron a entrar en contacto con el agua, al culminar su fabuloso descenso. Sus risas y respiración agitada se entremezclaban con el singular chapoteo, producto de su merecida celebración. Las blancas arenas se esparcían y arremolinaban entre sus patas. Sobre ellos, un sol intenso los cubría. Les fue imposible predecir que el destino ya tenía preparado un desenlace inesperado.
Repentinamente, una súbita sombra eclipsó por tan solo un segundo al dios Ra. Un halcón peregrino en vuelo rasante, arrancó con sus garras para siempre de las cálidas aguas a dos de los cangrejos. El tercero y único sobreviviente no tuvo oportunidad de entender lo sucedido. Vivió resguardado en su concha, convencido que sus dos valientes compañeros habían logrado adquirir, gracias a los dioses, el don de la invisibilidad en favor de sus grandes hazañas.
Escrito realizado para el blog Literautas: Taller de escritura Nº 57. "Móntame una escena” Enero 2019
Esta fábula es una historia inspirada en hechos reales. Ya cumplió un año de haber sido gestada, y recuerdo muy bien que logré llevarla a cabo al sentarme a escribir bajo el sol y recrear mis alegres días de sano esparcimiento cuando era niño en el mismo jardín donde disfruté y jugué a mis anchas. El final es una metáfora de como la vida separa abruptamente, como ciertas amistades muy cercanas se distancian y cada quien lo justifica según su criterio.
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