
Aquel atardecer dejaba en el ambiente cálidos matices sobre los matorrales y arbustos. Los últimos destellos de sol demarcaban suavemente el sendero montañoso. Dos jóvenes viajeros comentaban entre sí la existencia de un lugar mágico y misterioso cuya entrada secreta únicamente podía ser revelada, según la leyenda, atravesando un páramo oscuro. Bañados por la luz de la luna emprendieron el ascenso, guiados por el fascinante hechizo de la aventura.
Poco a poco al ir avanzando, la oscuridad los envolvió. Y una tenue niebla fue trasformando el sendero. Tímidamente fueron apareciendo entre las sombras diminutos puntos luminosos que revoloteaban como mariposas. Eran luciérnagas. Pero al contemplar con mayor atención se percataron que entre todas, había una que brillaba con mayor intensidad. Parecía un espíritu encerrado en una bola de cristal; cautivados y casi como hipnotizados, fueron tras aquel destello.
Y sintieron una voz. Era dulce y melodiosa, pero ellos la escucharon cada uno en su interior.
—¿Quiénes buscan entrar al Pasillo de los Sueños Antiguos? —preguntó. Incapaces de responder continuaron el paso. Al estar cada vez más cerca de aquella extraña luz, sintieron como si de las sombras seres alados los contemplaban, alineándose simétricamente igual a un pequeño cortejo. Eran gárgolas de piedra o «demonios alados». En su cabeza ambos viajeros escucharon un cántico o coro que decía:
—«Bienvenidos al Páramo Oscuro, la ciudad de los sueños; esta es su entrada.»
Y finalmente atravesaron el umbral. La intensa luz los bañó totalmente, cegándolos. Permanecieron envueltos en ella, sintiendo de algún modo que caían, desde muy alto, pero muy lentamente.
Una música maravillosa se escuchaba a medida que fueron descendiendo. Esta vez una potente voz los alertó diciéndoles:
—«Esta es la tierra donde las musas impulsan los deseos de los hombres. Todo aquel capaz de hallar la luz mística que duerme entre las sombras puede escribir su destino en las estrellas. Ustedes han cruzado la entrada oscura. Deben evitar ser tentados por el diablo de la avaricia; ese cuyas falsas adulaciones buscan ocultarles la mentira, disfrazándola.»
La voz cesó y con ella la música. Al abrir los ojos, ambos jóvenes despertaron de cara a un apacible lago, cuyas aguas reflejaban gran parte de la bóveda celeste, como un gran manto de terciopelo negro bordado de perlas. La luz de la luna delineaba claramente el camino de regreso. Y sin pronunciar palabra, emprendieron la marcha no sin antes contemplar con disimulo a las estrellas.
Uno de mis primeros escritos como "pichón de Escritor". Fue publicado tanto en el foro oficial del grupo durante un año, luego de recibir unas cientos de visitas, más ningún comentario, decidí publicarlo por solicitud del moderador en el blog Jim 2.0 Ahí sí postearon positivamente las personas a quienes les agradó. Como anécdota curiosa esta canción no fue escuchada ni por mis compañeros estudiantes del curso ni por la mismísima profesora en su momento. Sólo evaluaron el texto sin la canción. ¿Curioso, no?
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