I
Aquel
insólito accidente de su niñez, venía a transformarse ahora en el mejor recurso
para aliviar su desamor. Eva sufría en ocasiones de pérdida parcial de la
memoria. Un rayo le había impactado cuando niña, dejándola sin la capacidad de retener
ciertos recuerdos; y esta vez, experimentaba melancolía sin ninguna razón
aparente.
Cercana
a cumplir los cuarenta, Eva decidió dedicarse tiempo completo a la fotografía
profesional, abandonando la Editorial en donde por varios años puso su mejor esfuerzo
junto al equipo realizador de una revista. Su ex jefe, con quien había
mantenido una relación de trabajo y también sentimental, luego de cierto tiempo
juntos como pareja terminaron. La ruptura era la causa de ese cambio de
actividad y quizás también de ese amargo sinsabor.
Eva
alzó su cámara digital y observó por el sofisticado visor, la lectura
automática del fotómetro integrado. La bajó y miró confusa hacia el lugar donde
el artefacto había registrado los datos. Algo no estaba bien. Aquel valor de
luminosidad no correspondía, según su aproximación ocular, al espacio hacia
donde ella apuntaba su cámara. Eran las cinco y media de la tarde, la abundante
vegetación atenuaba los suaves rayos de sol. Veredas de tierra y muchas otras
de piedra y grama se dibujaban frente a ella. Algunos niños corrían y gritaban
tras una pelota de fútbol, insistiendo en batir cualquiera de las dos
improvisadas porterías, demarcadas por cuatro bultos de franelas y gorras
amuñuñadas.
Otras
personas paseaban frente a Eva pausadamente. Algunas familias llevando con ellos
a sus perros, padres con recién nacidos en sus coches, y uno que otro niño
paseando en bicicleta. Nada en apariencia de ese entorno, era capaz de producir
un nivel tan alto de luz. El fotómetro de la cámara marcaba +6, casi como si
estuviera apuntando directamente al sol del mediodía.
Volvió
a apuntar, pero esta vez revisó la lectura con un fotómetro manual el cual es
mucho más preciso y permite anticipar como quedará la foto; ni muy clara ni muy
oscura, es decir, compensada. Eva chequeó las opciones del menú digital y
confirmó que estaba activada la función correcta. Giró nuevamente a sus
espaldas y apuntó hacia el entorno opuesto. No había dudas, había algo que
emanaba una fuente muy intensa de luz, y ella estaba dispuesta a descubrir cuál
era.
Aquel
fotómetro externo le permitiría acercarse al objeto o persona y medir la luz
que emana directamente. Mantuvo la cámara colgada a su cuello y fue en
dirección a uno de los bancos del lugar. En un extremo del asiento, estaba un
joven solitario de unos 21 años, junto a una pequeña caja de madera. Eva lo
observó brevemente y le pareció inofensivo e incluso ausente, y por eso eligió
sentarse en el otro extremo y realizar con el fotómetro otra medición,
guardando antes la cámara en su bolso. Los números digitales del otro aparato
cambiaban apenas dos o tres dígitos, pero al aproximarlo hacia aquel muchacho
junto a ella, quien acababa de sacar de la caja un pequeño espejo vertical y un
trozo de pergamino, la lectura del aparato se disparó a una cifra sin sentido.
Eva dio un respingo y se quedó de pie por unos segundos y luego se volvió a
sentar. Miró de soslayo al chico creyendo con vergüenza que la estaría mirando;
pero no. El muchacho continuaba observando con absurda torpeza los dos objetos
en sus manos. El espejo emanaba el reflejo de luz naranja directamente al
rostro del joven pero a éste parecía no incomodarle. Eva era a pesar de su edad
recatada y de buenos modales. Consideraba incorrecto abordar a un desconocido de
manera directa. Y su intuición le indicaba que aquel extraño sujeto no
manifestaba propiamente deseos de hablar. Recordó entonces llevar consigo unos
lentes de sol. Antes de salir esa mañana de su estudio, uno de sus amigos le
telefoneó expresándole muy emocionado que no saliera antes de recibir un
interesante nuevo prototipo de lentes con dispositivo de luces estroboscópicas
y sonidos de alta frecuencia para alcanzar profundos estados de relajación y
niveles modificados de la conciencia. Eva por su curiosa enfermedad ya no
recordaba para qué servían aquellos modernos lentes oscuros. Tan solo supuso
que así podría observar con disimulo a aquel extraño joven y sacándolos del
estuche se los colocó.
Todo
su entorno cambió dramáticamente: el parque, los árboles, los niños jugando
futbol, ya no estaban ahí. Miró por acto reflejo hacia el cielo, buscando el
mismo sol que apenas instantes reflejaba su luz y tibio calor, pero tampoco
estaba. Volteó con rapidez hacia el joven a su lado y éste seguía ahí; pero con
el aspecto de un ser etéreo y muy brillante, con grandes alas como de ave,
plegadas con elegancia tras su espalda. Sin dudas aquel ser era un ángel
encerrado en un humano, y ninguna otra persona lo percibía como tal. A Eva no
le fue posible retirarse los lentes y comprobar que todo aquello no era real.
El
parque donde antes se encontraban era ahora una sombría bahía con casas
abandonadas y parcialmente destruidas por estar tan cerca de una oscura playa.
Estaban deshabitadas, o a Eva le dio esa sensación. Recorrió con la mirada el
insólito panorama. Unas roídas barandas y parte de la estructura de aquellas
viviendas estaban hechas sobre el esqueleto de una gran ballena. Era
inquietante y atemorizante a la vez.
Sus
manos se elevaron con lentitud hacia su rostro, buscaban retirar de sus ojos
esas visiones. El mar de aquella playa súbitamente avanzó hacia ella en el
momento justo en que iba a quitarse los extraños lentes. Eva enfrenta unos
segundos de pánico, pánico puro y real al aparecérsele una enorme ola
levantándose sobre sus ojos y estar a punto de embestirla con un rugido
atronador. Una pared muy alta de agua está por caerle encima. Eva grita con
todas sus fuerzas, un gran peso la empuja de frente y la forza a caer de
espaldas. Siente que se desmaya; al impactar contra al suelo los lentes saltan
de su rostro rebotando hasta incrustarse una de sus patas en la grama del
parque. Eva permanece aplastada por un gran peso, o esa es la sensación que experimenta
en su pecho y abdomen. Abre los ojos. Un enorme perro Rottweiler la observa con expresión seria, olfateándola mientras
inspecciona el rostro de Eva, quien se encuentra acostada boca arriba en la
grama del parque. Escucha venir a unas personas que sujetan al negro animal por
la correa y se excusan con ella por creer que el perro la había asustado.
–¡Disculpe
señora! ¡No tema! Es un perro entrenado. Debió reaccionar así al escucharla
gritar de esa manera. ¿Se encuentra bien?....
Eva
sintió un gran alivio al percatarse que el gran peso había desaparecido.
Recobró la movilidad y la sensación de angustia fue disminuyendo. Otra persona
le tomó la mano ayudándola a sentarse.
–Respire
con calma. Tome esto, le ayudará a sentirse mejor, es refresco.
–Muchas
gracias –contestó algo aturdida.
Eva
tomó un sorbo y volteó en busca del joven en el banco; ya no estaba. Se
incorporó y caminó hasta sentarse otra vez junto a su bolso que contenía su
equipo fotográfico. Lo abrió verificando que todo, incluso la cámara, seguía
ahí. Pero algo llamó su atención porque no recordaba haberlos colocado dentro,
ni que tampoco fueran suyos: un pequeño espejo vertical y una carta en idioma
extranjero escrita en un trozo de pergamino. Eva cerró el bolso y regresó a
casa. Al retirarse, una pequeña pluma blanca, como de un ave, quedó reposando a
sus espaldas en el banco de madera.
II
Afuera
caía una fuerte tormenta. Aferrada a su almohada, Eva aplasta sus orejas
intentando amortiguar el fuerte sonido de la lluvia y de los truenos. Las nubes
al chocar entre sí producían aquella luz segadora, implacable. Y el
atemorizante recuerdo de aquella noche en la azotea; el impacto de su cuerpo
sacudido por más de cien millones de voltios volvía a aparecer. Era el único
momento del pasado aun latente en su memoria. Casi le era posible oler sus
cabellos y piel chamuscados en fracciones de segundo. La sacudida brutal, el
resplandor de mil soles.
A
pesar de las cortinas, los flashes naturales penetran su habitación creando
claros oscuros intensos. La tormenta continúa y Eva desiste. No puede conciliar
el sueño si no para de llover. Pensando en el modo de afrontar su insomnio, Eva
decide escribir. Había estructurado, en base a una sólida investigación,
material suficiente para desarrollar un cortometraje ambientalista. Su idea a
mediano plazo era llevarlo a cabo con el aporte de una cooperativa audiovisual,
cuyo director era buen amigo suyo, y a quien admiraba por su profesionalismo.
Ella también sabía que ese tipo de hombre exitoso le atraía sin remedio. ¿Qué
más podría hacer? Era su talón de Aquiles. Y repentinamente se sintió excitada.
A su habitación solitaria la invadió el aroma masculino y se sobresaltó.
Decidida a hacerle frente a sus fantasías, se desplazó a rastras cual felina
desde su cama hasta el piso alfombrado. Seguía siendo una chica elástica y el
blanco satén de su ropa de dormir facilitaba la fricción de su cuerpo con las
sábanas. Llegó a donde reposaba su bolso y extrajo de uno de los
compartimientos su laptop. Ya era momento de pasar a limpio todas sus
anotaciones y fotografías para el equipo portátil. Sentada en la alfombra,
buscó rememorar su paseo por el parque, mientras verificaba la carga de
baterías del computador. Y efectivamente, ya no recordaba nada del incidente
con los lentes estroboscópicos. Habían quedado olvidados en el parque y ahí
permanecerían. Entonces la máquina dio la señal de necesitar recarga. Eva
extrajo el cable con el cargador y lo enchufó al tomacorriente. Al colocar el
otro extremo al equipo, el mismo reanudó su encendido y continuó cargando el
sistema operativo.
Eva
extrajo de su bolso la agenda con todas sus anotaciones y luego volvió a
extraer la cámara fotográfica con la idea de cargar las fotografías almacenadas
digitalmente en la computadora. Al sacar su agenda, también tomó del bolso el
pergamino que misteriosamente estaba ahora en su poder. Colocó en su escritorio
todo dispuesta a adelantar su proyecto. Recogió su largo cabello en una cola, ubicando
los objetos a los lados de la laptop. Encendió la cálida luz de una lamparita y
comenzó a transcribir en el teclado. Concentrada en su actividad, el sueño ya
no era necesario, o al menos, por el momento. Se sintió cómoda, incluso con el
sonido de la lluvia y los ocasionales truenos, porque aquel cortometraje le
entretenía y robaba toda su concentración. El impulso sexual había quedado, una
vez más, reprimido. Minimizó la ventana en donde transcribía, cuando vio la
segunda pestaña titilar, advirtiéndole que el copiado de las fotos había
finalizado, y ajustando el visor de imágenes como presentación, comenzó a
evaluar cada fotografía tomada aquella tarde en el parque.
Eva
era espléndida como fotógrafa. Y aquella tarde había logrado un delicioso
balance entre arte y buen gusto comercial. Su transitar por la editorial le
había proporcionado todos los recursos y posibilidades para perfeccionarse.
Algunas imágenes las intervendría digitalmente, generando nuevas variantes, pero Eva dejaba muchas veces
esa labor al Diseñador Gráfico. Ella conservaba el gusto por la creación de la
imagen en la locación natural no con los filtros del programa Adobe Photoshop.
Pero
al pasar justo a una de las últimas tomas, aquella composición dejaba un
insólito surrealismo, sólo interpretado por quien manejara con suma pericia,
aquel programa de retoque digital. Eva quedó impactada. La cámara había captado
el resplandor de una figura alada sentada en un banco del parque, mientras a su
alrededor toda esa intensa luz desdibujaba una sombría playa solitaria. Era
casi como una absurda superposición de distintos entornos. El asombroso ángel
llevaba sujeto al momento de la toma, un trozo de papel o pergamino extendido
en ambas manos. Eva amplió la porción de imagen para detallar algo escrito en él, debido al potente
resplandor que emanaba la figura, y a la alta definición de la cámara.
Eva
cerró la ventana del visor de imágenes y decidió abrir la foto con el programa de
retoques. Los recursos de aquel sofisticado software
le permitirían intervenir con las herramientas idóneas, aquella porción
específica de imagen. Eva sintió un pálpito. ¿Lograría descifrar aquel extraño
escrito?
La
imagen se cargó en segundos y ella seleccionó con la lupa digital el encuadre
de las manos del ángel y el pergamino extendido frente a él. Había ampliado la
imagen tres mil doscientas veces. Demasiada ampliación. Apretó la tecla Alt del teclado y la lupa invirtió su
función, reduciendo la imagen proporcionalmente. Mil doscientos, mil,
ochocientos por ciento. Dejó de darle clic con el ratón y leyó o creyó leer su
nombre Eva, al inicio del texto; pero invertido. Necesitaba un espejo para
voltear aquel texto completamente. La distancia a la que ella había tomado la
foto no permitía una lectura nítida. Recordó que el mismo programa lograba ese
efecto. Buscó la herramienta de rectángulo y realizó con ella un simple marco
alrededor del pergamino, sin embargo, a la escala en que se lograba apreciar a
duras penas el contenido escrito, era prácticamente muy confusa la interpretación,
dado que no parecía un idioma común. Aún así, Eva utilizó los mejores recursos
digitales para retocarla y permitir una mejor comprensión de aquel mensaje
cifrado. Se imaginó como en una de aquellas películas americanas, donde las
imágenes son ampliadas miles de veces y los detectives logran captar los
detalles por muy minúsculos que en apariencia podrían ser. Pero fue inútil. Ni
ella era del FBI, ni lo que en apariencia lograba mostrar la foto le daba pista
alguna. Hasta que su atención se despejó del texto en el pergamino, que casi
parecía una copia vencida en papel fax, notando un extraño símbolo más visible
en la esquina inferior de la imagen.
En
acto reflejo, Eva descubrió que posiblemente por la curvatura natural de ese
papel, la parte inferior no había recibido tanta luz como el resto, logrando
visualizarse un anagrama antiguo y su sorpresa fue aún mayor, cuando debajo de
su agenda de anotaciones el mismo símbolo simétrico, quizás cabalístico,
sobresalía a escala real.
Eva
levantó su libreta y se percató de que, efectivamente, el mismo símbolo de la
foto estaba impreso, incluso en relieve, en aquel trozo de grueso papel.
Palideció. Se levantó de la silla con el trozo de pergamino en la mano, y buscó
encender la luz principal de la habitación. Nada. El amarillento papel estaba
absolutamente en blanco. No tenía, aparte del extraño símbolo, nada escrito.
Seguía lloviendo a cántaros. Y sintió miedo. Ella era consciente de su
limitación. No recordar ciertos incidentes la desconectaba de algunas
actividades que tal vez, ella no podría o no sabría manejar. Intentó en vano
recordar cómo había llegado ese pergamino a sus manos y no pudo. Sólo las fotos
evidenciaban su estadía en un parque cercano y haber retratado a su aparente
excéntrico dueño con alas, en alguna absurda playa desolada. Apagó la luz del
cuarto y dejó de pensar. Se acercó a la laptop y decidió salvar su
descubrimiento con el nombre “Visiones 08-09-2011”. Ya vería mañana si seguía
intentando descifrarla. Apagó el equipo y cerró la pantalla.
Aún
en penumbras, Eva levantó inconscientemente en alto el pergamino. Estaba
dispuesta a colocarlo en su escritorio y saltar sin mucho glamur hasta su cama.
Estaba cansada. En eso, la habitación se encandiló con el fogonazo de sendos
relámpagos que estallaron en cadena en el cielo. Por segundos toda esa
intensísima luz blanca entró con brusquedad por las cortinas y rendijas de la
ventana, iluminado por breves milisegundos el cuarto, a Eva y al pergamino. El
mensaje apareció rotundo frente a los ojos de Eva. Tan intenso duró el impacto
que sus retinas lograron retenerlo. Instrucciones encriptadas en un lenguaje
desconocido y determinadas a sólo ser comprendidas por su subconsciente.
Revelaciones celestiales llegaban a ella como una profecía. Eva es incapaz de
asimilar el modo como estas se evidencian. El cielo truena y la penumbra se
acentúa. Como en aquella vez cuando niña; la luz cegadora de un rayo la ha
alcanzado. Y sin entender el por qué, su mente ha quedado involuntariamente a
merced de alguna fuerza sobrenatural desconocida de misterioso poder.
III
El
timbre del apartamento repicó con insistencia. Confiado en no importunar a Eva,
Héctor aguarda al otro lado del intercomunicador de la entrada. Es domingo por
la mañana, y tal como siempre acostumbran, Héctor la espera para recorrer
trotando el parque cercano y los alrededores.
–Sí,
diga…
–¡Buenos
días! ¿Cómo amaneces, linda?
–¡Mejor
que nunca!
–¡Me
alegro! Recuerda que hoy me toca invitarte a desayunar.
–¡Ah!
Fíjate, acá lo tengo anotado. Aún así no sé que me haría yo sin ti, hermanito.
–Yo
tampoco sin ti, cielo. Aunque haber logrado cobrar también ayuda a
recordártelo.
–Aguarda
que ya en un momento bajo.
–Tranquila,
te espero.
Héctor
sopló fuerte dentro de sus manos para calentarlas. El sol aun no se
desperezaba, y el frío matinal lo tomó desprevenido. Activó la música de su MP3
y comenzó una calistenia estacionaria. Rápidamente entró en calor. Cuando Eva
bajó, la calistenia de Héctor había mutado a una especie de danza ritual
africana. Al concentrarse al ritmo de la música que oía, sus saltos y
movimientos otorgaban un divertido espectáculo.
–Héctor.
¡Héctor! ¡Para por Dios!
Eva
detuvo el frenesí de su hermano sujetándolo por un hombro. El joven tarareaba
en voz alta un estribillo pegajoso. Se retiró los auriculares y le sonrió
apenado.
Eva
lo observaba con dulzura. Héctor siempre le hacía sonreír. Desde niños, ambos
compartían juegos, confidencias y aventuras. Incluso él había estado con ella
aquel día del accidente. Su carácter intrépido le inyectaba mucha adrenalina a
sus ocurrencias. Y aquel día fatal, irremediablemente, puso sin querer en
riesgo mortal su vida, al pedirle que visitaran la azotea esa noche de tormenta
eléctrica.
–Me
vas a decir que estoy loco, pero…
–No
sigas con eso Héctor, siempre has sido particularmente divertido y eso me
encanta de ti.
–Gracias,
Eva; pero lo que te quiero decir es que acabo de notar unos extraños destellos
en tus ojos.
Eva,
como no tomando muy en serio la observación, echó a correr a trote ligero por
la acera en dirección al parque. Héctor la siguió de igual forma alcanzándola y
le insistió mientras se desplazaban:
–Oye,
esta vez no es broma Eva. Cuando te me quedaste mirando tus ojos se tornaron
blancos. Es decir, tus pupilas centellaron, o algo así… Dejaron de verse
marrones y se volvieron…–Un transeúnte lo hace trastabillar en los segundos que
él deja de prestarle atención al camino, siendo esta vez Héctor quien sujeta a
Eva, frenándola en una esquina.
–Se
te pusieron igual que aquel día, Eva. –Exhaló.
–¿Cómo?
¿Qué quieres decir?
–¡Sí!
Tan iguales como el día del accidente, cuando el rayo cayó sobre ti y tu…
–¿Estás
seguro?... Nunca antes me había percatado de algo así. Me he acostumbrado a
sobrellevar las secuelas de ese accidente. No recordar con exactitud es a veces
muy cruel. Se me ha hecho mucho más llevadero desde que nos concentramos en
hacer seguimiento de las cosas verdaderamente importantes y crear los registros
grabados, escritos y de voz. Creo ciegamente en ti cuando me recuerdas cosas, y
juegas con ponerte en ventaja. Créeme, no pongo en duda lo que me dices, pero…
–Eva,
cariño… ¡Está pasando otra vez! ¡Tus ojos destellan!
Eva
desvió su mirada hacia el reflejo de un cristal de un carro estacionado. No
notó nada en especial.
Su
imagen a medio cuerpo se reflejaba con cierta curvatura frente a ella. Eso sí,
su figura se notaba radiante, tonificada y particularmente muy hermosa. Ella se
turbó pensando que algo en su ego amanecía también diferente, y aún así,
sonrió.
Alzó
la mirada con determinación, volteó a ambos lados sin dudar, y continuó
trotando. Héctor se quedó desconcertado al ella no confirmarle nada y no le
quedó más remedio que volverla a seguir. Al cruzar una de las transversales,
llegaron a la entrada del parque.
Ya
un pequeño grupo de personas y deportistas aguardaban en fila antes que ellos.
Algunos con chores o en monos y otros con sus perros, dispuestos a ejercitarse
o pasear. Eva observó con curiosidad al caballero que delante de ella llevaba
sujeto a un imponente Rottweiler. El
animal transmitía respeto. Aunque en su rostro no había rastro alguno de
agresividad. Eva lo asoció más bien a un San Bernardo por sus grandes
facciones. El perro le ladró. Ella se sorprendió y el dueño giró buscando la
razón de aquello. Héctor se interpuso en actitud defensiva; sin dudas
previniendo algo peor. Pero los ladridos del animal eran calmados, dando un
aviso o reconocimiento. El perro intentó acercársele a Eva. El dueño lo sujetó
por unos segundos hasta que éste la reconoció, aflojándole la correa.
–Hola,
buenos días. ¿Es usted la fotógrafa de aquella vez?
–Disculpe,
¿lo conozco?
–No
exactamente. Mi perro la reconoció porque usted hace poco estuvo por acá
tomando unas fotos y luego, sin razón aparente, comenzó a gritar… Mi perro se
le fue encima y…–Hizo un gesto hacia Héctor con las manos intentando aclarar lo
que explicaba; evitaba alarmarlos. Pero Héctor escuchaba aquello como una
calumnia, un hecho que nada tenía que ver con su hermana.
–Aguarde,
amigo. Creo que usted la confunde con otra persona.
–¡No!
¡Es ella! Señorita, ¿acaso no me recuerda?... Bueno tal vez al estar así, tan
alterada.
–En
verdad, yo no… –Eva desconfiaba pero sabía que podría ser posible. Al no
recordar absolutamente nada de lo ocurrido, se enfrentaba sólo a lo que aquel
desconocido pudiera argumentar.
El
perro manifestaba un reconocimiento afectuoso hacia Eva. Ella dejó que se le
acercara y la olfateara. En realidad, sin saber por qué, al abandonar el miedo
inicial, sintió sorpresivamente simpatía hacia el can, a pesar de su
intimidante porte.
Los
dos hombres se quedaron mirando la escena, y la chica notó sus miradas
embobadas segundos después.
–¿Entramos?..
–Eva despabiló a sus acompañantes y avanzaron por los torniquetes.
–Me
contenta ver que se encuentra de mejor semblante señorita. Hasta luego.
Eva
le hizo un gesto de despedida y Héctor la secundó. El hombre no insistió,
alejándose de ellos. El perro volvió a ladrar y aulló a la vez.
La amplitud del parque era sinónimo de
libertad y relajación. Rápidamente Héctor y Eva aceleraron el paso,
concentrándose tan solo en el ritmo de su respiración. Su rutina les hacía
optimizar su condición física logrando recorrer largas distancias. Esa mañana,
particularmente, lograron realizar el recorrido en un tiempo record. Las
endorfinas en sus cuerpos les animaron el semblante.
–¡Vaya!
Estamos mejorando.
–En
verdad que sí, hermano. Ahora creo que podemos buscar un lugar apropiado donde
guarecernos.
–¿Guarecernos?
¿De qué, Eva? El día está algo fresco pero no pareciera que fuera a…–Un trueno
con su ronco bramido estremeció el cielo.
–Oye,
Eva, esa forma extraña de pronosticar el tiempo no me parece nada divertida.
¿Cómo sabías?...
Volvió
a tronar y las nubes casi sin dar chance de nada más, esparcieron una gruesa
lluvia sobre el parque.
–¡Ven!
¡Corre! ¡Corre! –Eva empapada en sudor y lluvia reinició la carrera,
sintiéndose feliz, verdaderamente feliz por primera vez, desde aquel día fatal.
Su hermano la observaba incrédulo. Su preocupación constante al socorrer a Eva
desmadejada y con las carnes insólitamente humeantes, le había repotenciado su
instinto sobre protector. Varias cirugías habían logrado mejorar su aspecto,
pero ella había dejado de ser de alguna manera la misma mujer. Ese instante
indeleble en su memoria, la imponente presencia de Dios ante sus ojos en forma
de rayo fulminante. El milagro de sobrevivir. Para Héctor ese había sido el
mayor ejemplo de superioridad divina: aquel rayo pudo habérsela arrebatado y
aún así, no pasó.
Eva
y Héctor sin darse cuenta, regresaron sin inconvenientes al edificio donde ella
vivía. La ruta había quedado algo más despejada por la lluvia. El frenesí de
Eva sorpresivamente fue en aumento.
–Ven,
acompáñame.
–Oye,
es muy cortes de tu parte, Eva, pero arriba no recuerdo que tenga nada que
buscar. Tú sabes…
–¡Es
hora de liberarnos, Héctor!
–Espera,
no. Eva, no quiero subir. No me obligues. –Eva lo sujetó con firmeza por la
mano. Y ante la resistencia de Héctor, lo vio con dulzura una vez más. Sus ojos
centellaron con un fulgor muy intenso.
–Eva
otra vez tus ojos…–Ella no contestó. Solo se precipitó dentro del ascensor
marcando el último piso.
Al
llegar al Pent House, los hermanos se
desviaron hasta una esquina en donde una puerta tenía rotulada la palabra
Azotea. Al empujarla encontraron una pequeña escalera y otra pequeña puerta de
latón con un distintivo que expresaba Precaución Zona Restringida. Héctor
intentó zafarse, pero le fue imposible. A medida que avanzaban, aumentaba la
sensación de sentir asombrosamente fuerte a Eva, y él a su vez, más débil a
cada paso.
La
lluvia continuaba cayendo. Calados de agua aunque sin los escalofríos de una
situación similar, Eva terminó arrastrando a Héctor hasta el mismo centro de
aquel lugar solitario.
–¡Abre
tus brazos, Héctor! ¡Ábrelos así! –Eva extendió sus brazos al compás de una
extraña danza, girando sobre grandes charcos de agua, sonriendo y con los ojos
totalmente resplandecientes.
–Eva,
yo no soy capaz, no puedo soportar estar aquí. Déjame irme, por favor.
–¡Te
he dicho que hoy es el día! ¡Vamos! ¡Imítame! Debemos danzar.
–La
lluvia no cesa, Eva. Los rayos. No puedo con la
idea de que eso vuelva a suceder. Déjame ir.
Héctor
sintió que si actuaba rápido podía librarse de aquella situación. Sintiéndose
aventajado intentó correr en sentido contrario, hacia la pequeña puerta de
latón. Su condición física le permitiría hacerlo con gran rapidez. Echó a
correr con tal fuerza y velocidad que descartó el efecto de las suelas de goma
de su calzado al contacto con el asfalto de la azotea y el agua. Fue como
desplazarse en unos velocísimos patines en línea. La lluvia arreció y el
impacto de Héctor contra la angosta puerta quedó sincronizado con el fogonazo
proveniente del cielo. Una detonación. Electricidad en estado puro, arremete
sin piedad contra el muchacho fulminándolo en el acto. Chispas cegadoras entre
una masa humeante de carne inanimada cae al suelo. Eva es alcanzada por otro
rayo de menor intensidad que en rebote, había perdido parte de su efecto
desbastador, alojando solo un fragmento de su poder letal en su hombro. La
lluvia continua cayendo, esparciendo el latente recuerdo en la mente de Eva,
haciéndola volver de su profundo sueño.
El
timbre de la puerta sonó justo en el momento que Eva estaba a punto de salir
hacia el parque para hacer su trabajo fotográfico. Era el mensajero de su amigo,
quien apenas unos minutos antes le había
advertido telefónicamente que un paquete le llegaría. Eva sin mucho interés lo
recibió, firmando el recibo y despidiéndolo con rapidez. Para ella las horas de
la tarde, tenían un valor especial y quería aprovecharlas al máximo para lograr
mejores tomas. Destapó la caja de cartón y descubrió unos curiosos lentes
oscuros de moderno diseño. Sin reparar en las instrucciones, los colocó dentro
de su bolso y se dirigió hacia el ascensor. Dentro, y justo antes de que las
puertas del mismo se abrieran, tuvo el instinto de rectificar si su rostro
estaba en buen estado (aquel ascensor era de aquellos que no tenían espejo). Y
sacó de su bolso un espejo de refinado ornamento en forma vertical. Se miró
sólo unos instantes, odiaba tanto aquellas cicatrices, que a pesar de los
resultados médicos, aún le deformaban el rostro. Pero dada la curiosa forma de
su diseño, le hacían visualizar solo las partes no dañadas de su piel. Las
puertas del ascensor se abrieron y Eva se lanzó a la calle con una extraña
tristeza en el alma. Pero reponiéndose, siguió caminando hacia el parque.
Dedicado con
agradecimiento al
“Taller Creando Ideas para
Desarrollar Historias 2010”,
por su valioso aporte a este
relato.
Alfredo Mambié

Realicé una actividad muy interesante en un Taller para aprender a desarrollar historias, basándonos en la interpretación de las siglas: PLOSAT, las cuales representan: Personaje, Locación, Objeto, Situación, Acción y Trama. Previamente los participantes escribimos en fichas nuestro respectivo conjunto de PLOSAT con las características que la inspiración nos brindara. Luego las intercambiamos y armando varios equipos, logramos en pocos minutos unas historias asombrosamente interesantes. "Visiones" es el resultado pulido de esa experiencia.
ResponderEliminarPor sugerencia de una lectora, he dado continuación a esta historia, la cual desarrollé sin esa intención. Y he quedado gratamente sorprendido al profundizar un poco más en ella. Me ha encantado escribir dejando que sea el propio personaje quien se encargue de guiarme hacia lo desconocido. Ahora se que en breve debo añadir una tercera parte, y todas las que se requieran. ¡Lo he disfrutado mucho!
ResponderEliminarY en una tercera y última entrega, finalizo esta historia, de la cual me siento particularmente orgulloso.
ResponderEliminarCuriosamente hoy han anunciado la posibilidad de visualizar y analizar unos antiquísimos manuscritos de manera virtual. Chequeen http://dss.collections.imj.org.il/ y denle un vistazo al descubrimiento arqueológico más importante del siglo XX. El fotógrafo Ardon Bar-Hama, utilizó flashes especiales con una exposición de 1/4000 de segundo y 1200 DPI de resolución. El tiempo de exposición fue mucho más corto que con un flash convencional, para proteger a los manuscritos de cualquier daño al iluminarlos.
ResponderEliminarAyer confirmé mi participación en el concurso "1er. Premio Nacional de Cuentos Guillermo Meneses", en el cual compito junto a 172 historias diferentes y la posibilidad de una futura publicación. "Visiones" es mi historia con la que aspiro ese reconocimiento. El simple hecho de que sea apreciada y evaluada por un jurado calificado es para mi todo un honor.
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