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Sinfonía Nocturna (2007 / 2022)



Unas breves palabras a modo de introducción

He redescubierto uno de mis primerísimos escritos. Lo subí a este blog el 9 de julio de 2011. Cada una de sus tres partes fue gestada en el Taller de Escritura Creativa dictado en la Fundación Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos - CELARG, (Caracas, Venezuela) entre el año 2007 y 2008. 

Casualmente, hoy 26 de octubre de 2022, me he encontrado con esta fotografía en Internet. Un pequeño teclado de piano o clavicordio, ingeniosamente incorporado a un escritorio de época. ¡Me causó una grata impresión verla! ¡Es muy parecido al que describo en esta historia ficcional!  

Acá en casa, en mi dormitorio, todavía conservo el escritorio original, el verdadero que inspiró esta historia a la que titulé "Sinfonía Nocturna". Es estilo colonial, confeccionado en sólida madera. (Actualmente está pintado en azul y blanco). 

Llegó a mis manos como un mueble heredado de una prima mayor, querida y admirada por ser muy estudiosa y aplicada. Sus cuatro patas torneadas soportan en su parte inferior, cuatro gavetas, las dos primeras son grandes y están apiladas; poseen dos manillares de hierro en sus extremos. Las dos superiores, son la mitad en tamaño que las primeras y están alineadas en paralelo al ancho del mueble, cada una con un sólido manillar en su centro. 

Justo sobre las dos gavetas pequeñas, sujeta por una sola bisagra muy delgada pero resistente, está la amplia cubierta rectangular o base para uno apoyarse y escribir. Está diseñada en ángulo, lo que facilita su permanencia cuando está cerrada. Por fuera, está decorada con un marco en alto relieve con sencillos arabescos. Tiene incluso una pequeña cerradura en su parte superior, la cual nunca he usado, pero sé que su cerrojo funciona. Al abrirla, esta base se sostiene en horinzontal; dos brazos o soportes de madera empotrados, dispuestos en cada extremo la sostienen. Se deslizan manualmente hacia afuera del mueble, volviéndolo una mesa portátil.

Este escritorio resguarda en su interior un espacio cómodo, organizado con una conveniente repisa que genera dos niveles. Dos pequeñas gavetas apiladas en su parte derecha con dos manillares circulares, sirven para almacenar enseres. Por fuera, en su parte superior, también es posible colocar objetos decorativos o apilar algunos libros. Es todo un objeto de colección sin dudas.

En mi historia, el peculiar mueble oculta en su interior, un antiquísimo instrumento musical. En la vida real, mi adorado escritorio, sigue resguardando un tesoro muy apreciado por mi: Mi colección de discos y videos musicales. Sus espacios y gavetas están repletos de mis apreciados artistas favoritos, de sus grabaciones maravillosas que durante años de esfuerzo para adquirirlos y muchos más para disfrutarlos, me han acompañado por décadas, justo antes de la llegada del streaming y el cambio radical de la industria musical. 

Los demás elementos son una mezcla de percepciones de un retraído estudiante de Diseño Gráfico (y luego de Escritura Creativa), que desde niño es apasionado y amante de las aventuras, la astronomía, la literatura, la fotografía y el entorno sobrenatural y fantasioso, entre otras muchas cosas asombrosas, que surgen de tu interior cuando escribes y estás en ese proceso de aprendizaje. 

El propósito de este ejercicio de escritura creativa, era lograr humanizar y darle voz propia a un objeto cotidiano. En el Capítulo III, logro hacerlo con una cámara fotográfica y un diccionario enciclopédico. Cada uno "alza su propia voz" y se expresa tal cual lo define su propia naturaleza utilitaria. Qué loco, ¿no?... 

Esas vivencias llegaron muy fácilmente a formar parte de la inspiración plasmada en este relato breve realizado hace quince años. Nunca habría sido posible, de no haberme visto y sentido tan motivado de extender y batir mis alas como "pichón de escritor". 

Les doy las gracias a quienes me ayudaron a hacerlo posible. Y dedico muy especialmente este ejercicio literario a los que ya partieron de este plano como ángeles de luz, porque su influencia permanece y es mi mayor inspiración.


Alfredo Mambié
Octubre 2022

   



Capítulo I


Casi imperceptiblemente comenzó a anochecer. Mudos callejones de amplios y desgastados muros y carcomidas ventanas, marcaban el sendero de una solitaria silueta vestida de negro. Su andar expresaba pesar, un profundo dolor, imposible de soportar. Luego de encontrar un roído enrejado y buscar a tientas, la sigilosa figura se escabulló repentinamente en la oscuridad.

Marcela atravesó la puerta entreabierta. Aquel estudio le resultaba entrañablemente conocido. Casi todo a su alrededor mostraba un universo inmóvil de maquetas y proyectos de curiosa apariencia. Esparcidos entre estanterías y mesones, se encontraban algunos de los últimos inventos de su abuelo fallecido. Recorrió con la mirada cada uno, intentando retener esa esencia contenida en cada maravillosa creación; contemplándolos y rememorando años atrás, cuando solía visitarlo para presenciar en exclusiva, cómo funcionaban.

Y fue saltando entre recuerdos hasta el instante en que su mente la trajo de vuelta al espacioso recinto. En un rincón, algo más iluminado, se hallaba la habitación de su abuelo. El modesto cuarto estaba decorado con un peculiar escritorio de madera, el cual Marcela reconoció como suyo; recordando haberlo utilizado en su niñez, y para su sorpresa, su abuelo aún lo conservaba.

Tenía esa apariencia familiar preservada en el tiempo. Sus cuatro gavetas frontales con tiradores de metal, sus patas torneadas y esa amplia tapa labrada la cual, al ser abierta, funcionaba como mesa al apoyarla sobre dos barras deslizantes, empotradas discretamente a los extremos del mueble. Marcela examinó aquel objeto olvidado, y motivada por la nostalgia, se dispuso a revisar su interior.

Al reclinar la tapa principal sintió como si profanara un recinto sagrado. Aquel escritorio daba la sensación de ser un guardián silencioso encargado de custodiar algo muy preciado. Y en verdad así era. En cada uno de sus compartimientos, el viejo inventor había logrado acondicionar cuidadosamente una extensa colección de partituras y disponer hábilmente un clavicordio de cinco octavas ¿Quién lo diría? Marcela recorrió cada pentagrama y sus notas y signos escritos la llevaron a impresionantes conciertos para piano y olvidadas melodías sinfónicas.

Sin querer, comenzó a tararear alguno de los fragmentos e irremediablemente una profunda melancolía le invadió. Su abuelo quiso alguna vez que ella fuera pianista, sin embargo, ese deseo había quedado frustrado pese a la facilidad que ella tenía cuando era niña. Ahora, en aquella soledad, descubría el preciado legado musical allí guardado. Instintivamente, Marcela deslizó sus dedos sobre el teclado, y la dulce voz del anciano volvió esa noche desde el más allá…

Un nuevo ocaso, entre sombras, silencio y oscura soledad. Marcela busca reunirse con su pasado. Aquel ingenioso instrumento poseía una sonoridad y resonancia impresionante. La magia de la música reaparece y su espíritu pasea suspendido por notas multicolores y sutiles matices. Briosos acordes cabalgan en libre estampida por tierra, aire y mar junto al frenesí de exquisitas tonadas hechas canción.

Maravillosamente sus manos realizan el milagro, impregnando el espacio del sutil perfume de Euterpe. Cada sinfonía ejecutada daba paso a un diálogo entretejido por el virtuosismo ya alcanzado por tantas otras noches de continua práctica. La música y su intérprete se entrelazan en deliciosos pasajes cromáticos.

Fluye una misteriosa conexión de almas y el reencuentro vívido de muchos momentos felices entre ella y su abuelo. Infancia melodiosa y tierna, juventud impetuosa, pero siempre pura y transparente; resguardada por sabios ejemplos de virtud. Cada nota musical es como letras imaginarias y cada acorde, palabras armoniosamente pronunciadas.

Aunque algunas expresen tristeza y otras cuantas, añoranza, son espléndidas en conjunto. Marcela percibe emocionada cuan cerca puede estar su ser de quien ya la muerte le ha llamado, porque espiritualmente, su abuelo aún vive en aquel singular escritorio.

Y casi imperceptiblemente comenzó a amanecer. Mudos callejones de amplios y desgastados muros y carcomidas ventanas, marcan el sendero de una espléndida figura parecida a un ángel, de cabellos radiantes, vestida de luz.




Capítulo II


Entre la quinta y sexta transversal, diagonal al bulevar Sibiu, se encontraba aquella peculiar tienda de antigüedades. No recuerdo el porqué de su misteriosa fascinación. Tal vez lo distintivo de aquella calle: El vendedor de flores ambulante con su toldito estilo invernadero, o quizás las pintorescas aceras, cuidadosamente empedradas, repletas de farolas coloniales, que aquel atardecer iluminaban suavemente las vitrinas, concurridas por transeúntes de caminar elegante.

Un extraño magnetismo me llevó al encuentro de ese local. Al contemplar su fachada, experimenté algún tipo de extraño hechizo, inspirándome algo más que curiosidad por el encanto de los objetos olvidados, pioneros de su tiempo. Una cálida sonrisa detrás del lustroso mostrador me invitó a pasar.

—Buenas tardes, pase adelante por favor —El encargado de la tienda me observaba con interés a través de sus anteojos de media luna. Me encontraba ahora al frente de una impresionante armadura de caballero medieval la cual parecía haber sido confeccionada justo a mi medida.

Mis ojos se dirigieron al torso de la misma, incrédulo contemplé lo que bien parecía un conducto urinario metalizado. Intenté disimular mi hallazgo, pero al instante mi anfitrión respondió: 

—Era más sencillo así, que despojarse de toda la armadura. —Sonreí tímidamente e intenté desviar mi mirada hacia otro lugar.

Cuadros, lámparas e infinidad de curiosos objetos antiguos me contemplaban silenciosos, mientras que la voz de aquel amable hombre expresaba, a veces sin yo preguntarle, algún acertado comentario al percatarse de mi interés en alguno de ellos.


Logré ir ganando confianza a medida que fue transcurriendo el tiempo ¿Cuánto pasó? No sabría decirlo. Aquel lugar no me daba referencia alguna y más bien me atrevería a decir, que allí dentro no existía. 

—Sí, efectivamente, ese turbante enjoyado perteneció a Selim Damelec uno de los últimos príncipes persas. —La textura de la tela era muy sensual.— Por acá puedo mostrarle una auténtica espada jineta de colección, con empuñadura recubierta con filigrana de oro; quien poseía una de estas pertenecía a un estatus social muy alto, pues era considerada símbolo de poder entre los sultanes y emires árabes.  —El ambiente comenzó a impregnarse de un sutil aroma oriental.


Continué el recorrido internándome cada vez más entre sinuosos pasillos y estantes. 

—Vaya, esto señor parece ser una cámara fotográfica muy antigua, ¿no es así? —pregunté al encargado.

—Puede llamarme Langford, si no le molesta. 

—¡Claro! mi nombre es Daniel ¡Y estoy encantado de estar aquí! —El paciente caballero prosiguió luego de estrecharnos la mano: 

—Esta es la primera cámara fotográfica con rollo de película incorporado, data de 1888. Luego de haberse tomado las fotografías, era necesario enviar la cámara por correo a la fábrica para que estas fueran reveladas.

El usuario recibía luego las fotos como también la cámara recargada, lista para tomar nuevas imágenes. 

—¡Maravilloso invento, Sr. Langford! ¡Me la llevaré! —exclamé. 

—Sin dudas que sí —completó Langford—. Permítame mostrarle otro invento maravilloso, mientras le cuento lo poco que sé de él. Es uno de los objetos más peculiares de mi tienda.

Justo debajo donde colgaba exhibido un globo aerostático en miniatura, se encontraba un mueble con una historia inolvidable.

—Este, Sr. Daniel, es un instrumento musical disfrazado bajo la apariencia de un escritorio de fina madera. Fíjese. —Langford, cuidadosamente, reclinó hacia sí mismo la tapa frontal del mueble, apoyándola horizontalmente sobre dos soportes que venían empotrados a sus extremos. Sus cuatro gavetas frontales con tiradores de metal y sus patas torneadas quedaron ocultas, mostrando en el interior del mueble, un antiquísimo clavicordio en asombroso estado de conservación. 

—¿Qué le parece amigo Daniel? Un auténtico objeto de colección. Tengo entendido que este mueble, fue entregado a nuestra tienda luego que su última dueña falleciera y sus familiares no encontraran darle mejor uso. —Quise interpretar algunas notas, ya que sabía tocar el piano, pero esta vez el gesto siempre sonriente del Sr. Langford se tornó sorpresivamente sombrío, desaprobando mi intención.

—Será mejor que no lo haga. Tocar alguna melodía con este instrumento lleva a la locura. Es eso lo que deseo contarle. Verá. 
Hace muchos años atrás, el creador de este mueble poseía una especial facilidad para los inventos. Era un anciano con grandes dones para crear máquinas y prototipos verdaderamente asombrosos. Vivía solo en su taller, pero era siempre visitado por sus nietos, quienes para él representaban su mayor fuente de inspiración. En especial su nieta favorita, Marcela. Ella siempre mantuvo mucho interés por los inventos del anciano y cuando éste murió, para la joven supuso un gran golpe emocional. El escritorio había sido fabricado como un regalo para ella, aunque no alcanzó a usarlo sino luego que retomara durante varios meses sus olvidados conocimientos de piano ¡Pero cuando los dominó, no dejó de hacer otra cosa! Créame. Según se cuenta, la joven Marcela, iba noche tras noche hasta el taller de su abuelo y no dejaba de tocar hasta el amanecer.
La música era para ella un medio de conexión o el modo de generar un trance que la conectaba con el más allá. Porque sólo ejecutaba las composiciones que el anciano dejó. Mire. —Lanford abrió uno de los compartimientos extrayendo algunas partituras, mostrándomelas. Parecían ser composiciones sinfónicas.

—¿Por qué me cuenta todo esto, acaso este escritorio no está en venta?...

—Puede que no me haya expresado con claridad, querido amigo Daniel, pero lo que intento decirle es que este instrumento únicamente interpreta los temas escritos en estas partituras ¡Nada más! ¿Está dispuesto a llevárselo?…




Capítulo III


—A mí me obsesiona captar ese “instante de verdad”, ese legado que emana de los objetos y que a veces el ojo humano nunca es capaz de ver o percibir. —Con su mirada cíclope siempre atenta, la recién llegada dialogaba a oscuras con sus nuevos vecinos, los libros de la biblioteca de Daniel, su actual dueño. Algunos de ellos ya conocían las bondades de su interlocutora (los tomos dedicados al arte y a la historia de la fotografía), más por normas de educación, dejaron que fuera ella quien primero les contara su propia manera de percibir el entorno. Ahora empezaba a clarear, y fue justamente ella quien, emocionada, primero lo notó.

—Mi objetivo ha empezado a captar una luz muy tenue, proveniente de esa ventana de la derecha. En pocos momentos será lo suficientemente fuerte para permitirme una primera obturación —Estando inmóvil, para ella era necesario lograr la mejor composición en el instante apropiado.

¡Casi la tengo! —exclamó, dispuesta a describirles a todos cómo era esa imagen que en instantes guardaría celosamente en su interior, cuando súbitamente, las puertas de la biblioteca se abrieron de par en par.

Tres hombres fornidos manipulaban un sólido mueble de madera labrada. Entraron al recinto siguiendo las instrucciones del patrón quien les indicó dónde deberían ubicarlo. Lo descargaron con cuidado en un espacio cercano a la ventana. Recibieron su paga y luego abandonaron a Daniel dejándolo con su nueva adquisición. El joven acercó un pequeño taburete de tela hacia el frente del mueble y sentándose se dispuso a destaparlo.

Daniel recordó las palabras del Sr. Lanford, el vendedor de la tienda de antigüedades, cuando le advirtió sobre la extraña característica de aquel recién adquirido objeto. Luego de meditarlo unos instantes, colocó la amplia tapa frontal justo al ras de sus rodillas, apoyándola horizontalmente sobre sus soportes.

Emocionado extrajo el curioso instrumento musical resguardado en su interior. La cámara observaba la escena. Reconoció en seguida que se trataba de un clavicordio, lo supo por su increíble “memoria fotográfica” pero ella hasta ahora nunca había logrado percibir su alma.

El tomo enciclopédico susurró: 

—El clavicordio no sólo produce colorido musical, sino suaves gradaciones, notas que crecen y se desvanecen, trinos que se funden y respiran apenas bajo los dedos, portamentos y vibratos. 

—¡Continúa! —Exclamó la cámara, un tanto ofuscada por semejante erudismo.

—Es un instrumento idóneo para la expresión y transmisión de cualquier matiz emocional... Todo esto puede ser reproducido y obtenido por la presión de los dedos, la vibración y la pulsación de las cuerdas y mediante un toque vigoroso o delicado. 

Daniel intentó sin éxito ejecutar alguna melodía al azar presionando las teclas; no se produjo ningún sonido. Entonces se dispuso a comprobar por sí mismo el secreto de aquel misterioso instrumento. Extrajo las partituras almacenadas dentro del mueble y estudiándolas memorizó los primeros compases.

Cuando estuvo seguro de lo que acababa de leer, empezó nuevamente a tocar. La música sorpresivamente surgió y frenéticamente Daniel colocó frente a sí las restantes hojas de la sinfonía apoyándolas sobre el atril. Atónito continuó con destreza descifrando los pentagramas, ejecutando cada vez con mayor soltura la mágica pieza musical.

La escena era observada con embeleso desde la oportuna ubicación de la lente curiosa. Incapaz de pronunciar palabra alguna; aquella inesperada escena la turbó. La figura de aquel hombre junto a aquel instrumento, la extraña belleza que en conjunto emanaban. La armonía de las formas, en total equilibrio entre luces y sombras, enmarcado por las texturas de infinidad de libros y otros objetos de colección.

Los intervalos tonales fluían por doquier, resultado de las distintas intensidades luminosas y la armonía de los movimientos de las manos y los brazos junto al ocasional vaivén de la cabeza del intérprete. Ciertamente estaba frente a una imagen excepcional, más memorable y significativa. Ajustando la longitud focal y profundidad de campo le permitiría capturar adecuadamente aquel retrato inolvidable.



Luego de varias interpretaciones, Daniel finalizó. Se sentía muy emocionado y feliz. Aquellas magníficas melodías inéditas le habían elevado el espíritu y se sentía muy relajado y complacido por su ejecución. Dispuso el clavicordio y las partituras dentro del singular mueble y salió de la biblioteca.

Los libros cercanos a la cámara fotográfica comenzaron a preguntarle acerca de su experiencia. Para ellos era crucial saber su punto de vista de lo ocurrido. Ella guardó silencio por largo rato. Ensimismada observaba la imagen en su interior captada por su ojo cíclope, hacía pocos instantes la acaba de guardar para sí. 

—Aún estoy escuchando. —Fue su única respuesta.



Pasaron varios meses o tal vez menos tiempo, para cuando la cámara fuera dispuesta a ser llevada a un conocido laboratorio de fotografías para revelar su contenido. La hermana de Daniel, quien era fotógrafa, había llegado a visitarle y al entrar a la biblioteca le intrigó descubrir las posibles imágenes tomadas por su anterior y último dueño. Dado el modelo de la cámara, esta operación tardaría un par de días.

Daniel había accedido porque desde el momento que había adquirido aquel mueble escritorio con un clavicordio en su interior, él no le prestaba mayor atención a ninguna otra cosa, sino a la ejecución puntual de esas peculiares sinfonías. Recordando no haberse interesado nunca en tomar alguna foto, sino en conservarla como objeto de colección.

El sobre con las fotografías y la cámara llegaron aquella tarde de vuelta. La música indicaba que Daniel se encontraba en la biblioteca tocando el clavicordio. La joven entró, poniendo en su lugar la cámara en el mismo estante donde habitualmente se encontraba. Luego extrajo las imágenes del sobre y al verlas, cayó desmayada.

Desparramadas quedaron las fotos tomadas en esa misma habitación, en ese mismo ángulo y con los mismos objetos y decorados, a excepción de quien ejecutaba el clavicordio no era Daniel, sino una mujer desconocida, con cabellos brillantes, parecida a un ángel, vestida de luz.

Comentarios

  1. Concatené tres ejercicios de exploración y búsqueda literaria para lograr que un objeto cualquiera se trasformara en un personaje dentro de la historia. Tan significativo fue esta parte del curso de escritura creativa, que luego de 3 años, una de las compañeras del curso, Karina Briceño, me obsequió (y a todos los demás) una cajita de recuerdo decorada con la imagen del arpicodio o teclado dentro del escritorio. Logrando transformar a mi objeto y a su autor en una vivencia inolvidable. ¡Muchas gracias, Karina! Fue el recuerdo más bonito que conservo de esa etapa, junto a mi ejemplar "Voces Nuevas 2007-2008" impreso con los trabajos finales de mis compañeros del curso.

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