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Rueda Fortuna







Publicado por la Fundación CELARG dentro del recopilatorio “Voces Nuevas 2007 - 2008 Tomo I” 
en marzo de 2011.   ISBN: 978-980-399-006-0 (N. del A.)


Introducción

Recuerdo con mucho agrado cómo fue creado este cuento, el cual resultó ser mi primera obra en ese estilo. A cada uno de nuestros compañeros del Taller de Escritura Creativa nos entregaron una fotocopia con una imagen que a todos nos resultó curiosa, intrigante. Era un cuadro del pintor francés George De la Tour, titulado: «El Tramposo con el As del Club». 

Nuestra facilitadora deseaba que por esta vez no viésemos el cuadro como una obra artística, sino simplemente como una fuente de inspiración literaria. En la imagen pudimos observar a cuatro personajes interactuado; tres juegan a las cartas y cada uno expresa un mensaje, una intención, a través de su pose y de sus gestos silenciosos. 

Las instrucciones para crear un cuento basado en esa imagen, fueron redactar tres posibles párrafos iniciales inspirados en esa misma escena. Teníamos total libertad creativa. Dada las vestimentas de época y el aspecto cortesano, eso me hizo profundizar en el período de la revolución francesa, investigando sobre aquel cruel conflicto y sobre los orígenes del póker y los juegos de azar más antiguos que se jugasen con cartas o naipes, descubriendo que en Francia se le conocía como La bouillotte

Me situé justo al inicio de un encuentro entre dos líderes rivales de la realeza que diplomáticamente se preparan a jugar a las cartas, dispuestos a apostar una alta suma. Al elegir el párrafo inicial correcto, lo demás fluyó como una pequeña obra en tres actos. Considero que fue la primera vez que mis personajes me guiaban y se expresaban libremente en mi mente, cada uno con su propia voz. Fue fascinante y revelador. 

Ese proceso previo hizo explotar literalmente mi imaginación. Es muy potente y seductor el mundo del apostador y los juegos de azar, esa ludopatía como se le conoce a los que se obsesionan y enferman cuando se vuelven adictos a las apuestas. Pero los personajes que se formaron progresivamente en mi mente, estaban luchando no solo por ganar una apuesta de juego, sino confrontando entre ellos, secretamente, una profunda rivalidad política, un combate silencioso e intenso por el poder absoluto. Ese fue el elemento inspirador e hilo conductor de esta obra como ejercicio creativo.   

Alfredo Mambié 
Julio 2023


I

La rivalidad entre la reina Catalina y el duque francés estaba puesta a prueba. Los rigores de la diplomacia de aquella época no permitían un enfrentamiento directo, por ello, aquel juego de cartas era el pretexto perfecto.

—¿Qué le apetece tomar madame, un buen vino, tal vez?...

Una doncella se acercó enseguida a la mesa comenzando a servir los aperitivos, mientras las miradas de los dos oponentes expresaban secreta ansiedad de triunfo. Repartidos los naipes, el inicio del juego desencadenó un inquietante silencio, roto por el discreto crepitar de las llamas que iluminaban el opulento salón de juegos.

El duque manifestaba una actitud de fingida relajación. Su plan era lograr la victoria ayudado por los gestos disimulados de su lacayo, hábilmente ubicado en la mesa. Este lograría ver con disimulo las pintas en las cartas de la reina y dependiendo de su valor, realizaría con sus dedos señas a su amo al subir y bajar la copa de donde simularía beber.

Los finos labios de la reina se abrieron por primera vez:

—Fortuna es la diosa del instante, de la suerte y la desgracia. En esa pintura, detrás de vos,  ella está representada junto a una gran rueda ¿Sabe por qué, querido duque?…

Pausadamente, el duque contestó:

—Porque la rueda es su atributo, refleja el retorno cíclico de la suerte. También su caprichoso comportamiento, favoreciendo y arruinando a su antojo.—Acto seguido, y con fría determinación, la reina se dispuso a hacer su apuesta, disponiendo una alta suma, previamente acordada al iniciar la partida.

Después de estudiar sus cartas, el duque quien era el dador, tenía tres opciones: abandonar la mano sin disputarla, quedarse, esperando a que la reina u otro de los dos participantes abriera los envites o realizar una apuesta mayor. Las señas iniciales del criado ya no eran de importancia para el duque, porque un intenso sentido de desconfianza le invadió. Sabía que cada uno de los participantes debía jugar individualmente y esa partida le obligaba a conseguir la berlanga, un trío de cartas del mismo valor, la carta de más valor o la mano con más puntos, para ganar. La rueda de la fortuna estaba esta vez conformada por veinte únicas cartas de ases, reyes, damas, nueves y ochos.

Sin embargo, volvió su mirada hacia su lacayo. Su inmutable rostro dejaba muy en claro su papel: imposible despertar sospechas. Sólo las imperceptibles señas, al alzar con disimulo su copa, hicieron  al duque dudar. Pero, aun así,  tomó la determinación de hacer una apuesta mayor. Previo al desenlace, por un instante, presintió que la reina le había vencido. Pese a su artimaña, inexplicablemente. ¿Cómo pudo suceder? Sus negros y penetrantes ojos brillaban orgullosos y una muy ligera sonrisa se esbozaba en su rostro. Tomando la totalidad de las monedas de oro apostadas con arrogante satisfacción.


II

El barón Bernard contemplaba a sus contrincantes con solemnidad. Sujetaba su abanico de cartas con la mano izquierda, mientras que con su derecha empuñaba ocasionalmente un estilizado bastón. Este poseía una elaborada empuñadura plateada con verdes esmeraldas incrustadas. Su palma palpitaba arrítmicamente, como acto reflejo, sobre el frío metal. Era el  modo de marcar su pulso, de mantener el control. Él, al igual que el duque francés, tenía un plan.

En el instante en que el duque se disponía a envidar, un séquito de criados irrumpió en la sala de juegos. El barón Bernard realizó un gesto de aprobación hacia ellos y dirigiéndose hacia la reina, expresó:

—Mi querida anfitriona, debo participarle mi deseo de poner un poco más de atractivo a tan apasionante juego. Por ello, he solicitado a mis criados el traslado de este cofre; ofrezco su contenido para triplicar la apuesta realizada por el duque.

El arca fue colocada  a la vista de todos, más no fue abierto. Las llamas de las antorchas se reflejaron en los oscuros ojos de la reina.

—Vaya, vaya, qué interesante propuesta Barón Bernard, diríase que a Ud. la diosa fortuna le ha guardado un as bajo la manga.­ Una berlanga tal vez. —Contestó pícaramente  el barón, mientras el duque suspicazmente le preguntó:

—¿Es posible ver el contenido del cofre, Monsieur Bernard?...

—Esa será mi condición, no abrirlo, hasta el momento de declararse al ganador.

Los criados abandonaron sigilosamente el recinto, y el barón los siguió con la mirada. Ahora parecía como si aquel cofre, finamente ornamentado, impregnara el ambiente de un nuevo y potente afán de codicia.

El combate se reiniciaba. Los cuatro jugadores se enfrascaron en el ritual. El mazo de cartas fue barajeado y repartido. Entraba al juego el plan del barón Bernard en el debate entre la reina y el duque, y sólo el sumiso lacayo, aparentemente, no estaba comprometido. Sin embargo, su lealtad y único propósito de ayudar a su señor a ganar la partida, estaba a punto de cambiar porque él sí sabía lo que sucedería cuando aquel enigmático baúl fuera entregado y abierto por quien fuera el ganador.

III

Aquel lúdico ritual transcurrió por varias horas. Ocasionalmente, miembros de la servidumbre, hacían reposición del vino ya consumido o colocaban pequeñas fuentes con porciones de exquisiteces al alcance de los cuatro jugadores. Cuando finalizaron de servirles, el  barón Bernard les ordenó no volver a ser interrumpidos bajo ninguna circunstancia. El silencio del recinto era tan hermético como el contenido del misterioso cofre.

Y pasada la media noche, fue entonces cuando el duque francés no consiguió recibir ninguna nueva secreta seña con la cual guiarse. Ya no quedaba licor en la copa de su lacayo. Estaba imposibilitado, tanto de solicitar ser servido, como de levantar absurdamente, una copa vacía. Una terrible aprehensión comenzó a dominar al duque. Deseaba pararse y claudicar, pero su orgullo no se lo permitía. Llegó el turno para la reina, quien con voz potente y segura anunció:

¡Berlanga!

La bouillotte había finalizado. La reina fue la primera en levantarse con suma elegancia de su silla, clavando su astuta mirada en el cofre. Su sonrisa manifestaba un éxtasis casi demoníaco. Acto seguido, los tres hombres se erguían frente a ella para reclinarse en actitud solemne. En ese momento, el barón Bernard dirigió su mano hacia el pequeño bolsillo de su lujosa chaqueta, del cual sacó una llave dorada. Este se la entregó al lacayo del duque, ordenándole que se acercara hasta el arca y la abriera. Los tres nobles quedaron rezagados. Al momento de introducir la llave en la cerradura, el barón tomó con ambas manos su bastón extrayendo sigilosamente una mortal daga oculta bajo su empuñadura.

El cofre fue abierto y únicamente el duque francés fue quien se sorprendió al encontrar que estaba completamente vacío. Y esa expresión de asombro quedó paralizada por la daga del barón Bernard al decapitarlo con fría precisión. La reina sonrió. El barón colocó la cabeza inerte dentro del arca, cerrándola; mientras que el lacayo silenciosamente se dirigió a recoger las monedas de oro amontonadas sobre la mesa de juego.

Caracas, 4 de Octubre de 2007
            

Comentarios

  1. Fue muy emocionante partir de una imagen impresa para la creación de una historia. El cuadro del pintor francés Georges de La Tour titulado: "El Tramposo con el As del Club" fue el seleccionado para esa actividad grupal. (El mismo que aparece en la portada del post). Me complació bastante sumergirme en todo ese contexto de juego político y de poder antiguo. En la Revolución Francesa dejaban bien claro como resolver los conflictos de manera radical. El título de este cuento proviene de un tema del grupo español Héroes del Silencio "Rueda Fortuna", y dice su letra: "contra las furias inoportunas, que nos vuelven monstruos". El rock and roll también logra ser radical, por eso me agradó incorporarlo a esta historia la cual es mi favorita.

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  2. Conversando hoy con un estimado amigo, el Pastor Carlos, le comentaba que este texto dejó loca a mi profesora y a mis colegas (incluso a mi). ¡Llegué a pensar que estaba un poco loco! (Ciertamente lo estoy). Nunca antes me había pasado el poder escuchar las voces de estos personajes... Pero estaba advertido. Fue una experiencia maravillosa. Le puse mucho corazón a esa asignación y a todas las demás que realizamos después. Es un cuento intenso porque la historia es intensa dada su temática. Tiene mucha influencia de Oscar Wilde y de las personas que he conocido con personalidad ambiciosa. Es un debate sobre alcanzar el poder y demostrar su control con astucia y elegancia. Quise dejarme llevar y probarme hasta dónde podía llegar. Al fin y al cabo es ficción... Un mundo imaginario, creado con mucha pasión por el detalle. Sigue siendo una de mis historias favoritas.

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  3. Pienso que en resumen, a pesar de ser un micro cuento de tres capítulos, desdibuja claramente esa complicidad y necesidad de sobrevivencia que experimentan los jugadores cada vez que están en una mesa de juego. Mientras más aguantas, sin ser eliminado, más quieres seguir.

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    1. Muy honrado por tu visita y comentarios estimado Luigi. Completamente de acuerdo contigo. Pese a ser una experiencia autodestructiva cuando te consume, el juego no deja de ser apasionante y adictivo.

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  4. Maravilloso cuento con un final inesperado, todos contra el duque, hasta su lacayo, felicitaciones.

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    1. Agradecido por tu visita y comentarios, estimada amiga. Temibles alianzas que al igual que la guerra, son el medio para alcanzar la victoria.

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