Ir al contenido principal

El Duelo






Episodio I – Momentum Excitationis
Un súbito impacto de sangre en el guardafangos, seco, potente, como un latigazo fulminante. Presa del pánico, Alfonso acelera y los cauchos rechinan. El retrovisor enmarca el antifaz de sus ojos exorbitados.
–¡Papá, no! ¡Frena! ¡Frena!
–¡Cállate, coño!
–¡Nooo! ¡Tienes que parar! ¡Espera!
–Ese infeliz se jodió… ¡Maldición!… ¡Deja de llorar!
–¿Pero por qué, papá, por qué?…
–No hay nada que podamos hacer.
–Si esto no estuviera pasando…
–¡Basta ya, Gallardo, maldita sea!
Sus miradas se entrecruzan en el rectángulo pulido. Ojos vidriosos, hinchados de llanto y odio reprimidos. Padre e hijo enfrentados a duelo.
–¡Deja de mirarme así!
Un sudor frío recorre sus poros, la excitación tensa cada músculo. Con manos temblorosas continúa aferrado al volante, pisando insistentemente el acelerador. A su lado, el rostro de Alfonso queda inmerso en la memoria de Gallardo, su mente atrapa cual espejo, el reflejo de su despiadada cobardía.
Episodio II – Ad Infinitum
Dentro de aquel particular rectángulo pulido vivía su otro yo. Aparecía y desaparecía cada mañana y también cada noche, sincronizadamente. Al levantarse, con su mente tan repleta de lagañas como sus vidriosos ojos, somnoliento y entumecido, Gallardo buscaba a tientas sus pantuflas siempre con el mismo afán, conseguir sentido a su monótona existencia.
La ruta fija en diagonal, desde su cuarto al sanitario, cual alfil de ajedrez, siempre en línea recta, como su miembro viril, tenso, a punto de estallar. Lo afinca, apuntando hacia el desagüe un potente chorro de orina deseosa de fluir, salpicando las paredes del water en su precipitación. La erección no cesa. El palpitar sanguíneo de su pene se repite como un martilleo en su cerebro, inclemente, incesante. En su mente perturbada, sigue habiendo imágenes que, pese a los años transcurridos desde el accidente, no logra liberar.
Toma la pastilla de jabón y lava sus manos, su cara, como cada mañana.
Al levantar la vista ambas miradas se encuentran. Han desaparecido las lagañas de sus vidriosos ojos, pero la maraña espesa en su cerebro parece reflejar otro rostro de hombre frente a él. Siente repudio ante aquel ser. Involuntariamente, un rictus en la comisura izquierda de su labio comienza a repetirse en la comisura derecha de aquel rostro abominable.
Al encontrarse tan cerca, el espacio visual sólo lo delimita aquel rectángulo pulido. El rostro cetrino frente a Gallardo lo observa desafiante. Comienzan a discutir acaloradamente, son dos nubarrones preñados por una rabia incontenible. Centellas emergen de sus coléricos ojos como fogonazos junto al posterior bramido de sus voces, retumbando cual descarga de truenos; explosión inevitable de un volcán en erupción.
Aquella lava brotaba de los labios de Gallardo con ardiente furia, pero verla surgir de aquel abominable hombre, su viva imagen, le convencía de lo contrario. Sus puños entonces simétricamente estallaron contra aquel otro par en un intento inútil por silenciarlo.
–¡Tienes que parar! –exclamó Gallardo. Ruidosamente el rostro de su padre se cuarteó para luego desaparecer entre filosos fragmentos de espejo ensangrentados.
Episodio III – Lapsus Mentis
Gallardo reposa en penumbras sobre el tablero cuadriculado. Junto a él, un ángel permanece mimetizado en silenciosa vigilia, muy cerca de su cama. Gallardo lo percibe. Intuye que está ahí, acompañándolo. Sin embargo, es una menuda enfermera quien irrumpe en la habitación dispuesta a remplazar el curetaje, haciéndole ignorar tan extravagante teoría.
Palmas y muñecas revelan profundas cortaduras. Gallardo experimenta el amargo desconcierto de no poder recordar cómo sufrió aquel daño. La enfermera finaliza su labor y se marcha, dejándolo entre el espacio que separa la cordura del más inverosímil repudio hacia todo objeto capaz de reflejar la luz.
El ángel avanzó unos pasos y le sonrió. Un notorio alivio recorrió las heridas de Gallardo y este creyó ser portador de algún tipo de estigma, deseó entonces hablar con esa presencia invisible, quizás lograría comprender cómo habían aparecido.
Veintisiete años habían transcurrido desde aquel día del accidente. Y más de la mitad de ese tiempo, Gallardo había estado recluido en aquel sanatorio mental. Los médicos a su cuidado habían determinado que las visitas de su padre no lograrían sino empeorar su estado.
La mayor parte del día permanecía sedado y, a consecuencia de esto, su mente poco a poco fue dejando de reconocer la realidad. El ángel había aguardado poder entrar en contacto con Gallardo, ahora que éste le había reconocido, era el momento de remover el pasado y revelarle la verdad sobre su muerte.
–Escúchame, Gallardo, queda poco tiempo, debes saber por qué estoy aquí.
La voz del ángel sonó clara y potente en la mente de Gallardo. Apoyándose en ambos codos, buscó quien le hablaba, pero la voz provenía de todas direcciones o tal vez de ninguna, era indudablemente ultra-terrena.
–¡Ajá!, –carraspeó, intentando aclararse la voz, –¡sabía que no estaba solo!, mejoraría del todo nuestra charla si te mostraras… me tienen aquí por trastornado, no por loco.
–Aguarda. Te emociona cerciorarte de que quien te habla es real. Lo soy. Tus oídos me escuchan y tu piel también me ha reconocido. ¿No crees que en verdad exista?
«En mi mente, tal vez», se dijo a sí mismo.
–Quiero que sepas algo: hoy has elegido mirar a través de los ojos del corazón. Y todo aquello que hasta ahora has sentido, se volcará ante ti como la imagen de un espejo; si bien en tu interior existe odio, también podrás encontrar otras emociones escondidas que harán posible verme tal como lo deseas ¿Estás preparado?…
–Necesito recordar… ¿Cómo he sufrido estas heridas? Dime; pocas personas alucinan con seres invisibles, tal vez en la historia de Dickens y la visita de los espíritus de la Navidad, pero, yo no soy una persona avara, ¿o sí?…
–Ese no es tu caso, créeme. – Al ángel no le quedó más remedio que sonreír.
Dentro de la modesta habitación, las mortecinas luces y sombras, fueron materializando la figura de un ser superior. Para sorpresa de Gallardo, sus pupilas vislumbraron un joven de mediana estatura y contextura, era simplemente un muchacho de aproximadamente dieciséis años. Desprovisto de ropas, sólo envuelto entre sutiles gasas, similares a las nubes de la aurora boreal, iridiscentes y parcialmente traslúcidas.
Su mirada era tan poderosa como compasiva. Y aquellos colores que lo rodeaban, transmutaban armónicamente sus matices con el movimiento de su cuerpo. Gallardo quedó boquiabierto.
–Siendo un niño presenciaste junto a tu padre un acto fatídico destinado a relacionarnos de manera poco usual, pero ahora sabrás por qué estoy aquí. –El joven ángel sujetó con ambas manos a Gallardo, y le volvió a sonreír.
Episodio IV – Alter Ego
La claridad en aquella habitación era tan difusa como los recuerdos de Gallardo. Repentinamente, cada vértice de aquel marco cuadriculado se precipitó convergiendo en un mismo centro, como las arenas en el embudo de un gran reloj. Gallardo se encontró frente a una estación de gasolina, parado ante la vitrina del autoservicio.
A través de los cristales, pudo reconocer a su padre quien intercambiaba ruidosamente con algunos sujetos en una arrumbada mesa de billar, tragos y bocanadas de tabaco. Estos reían y parloteaban despreocupados. Era de noche, y grandes nubarrones comenzaron a desprender una gruesa lluvia sobre el asfalto.
Su padre entonces se despidió, dirigiendo una fría mirada hacia Gallardo, quien en gesto automático se acercó hacia la salida del establecimiento. Fue en ese instante que Gallardo cayó en cuenta de que había regresado al momento justo antes del accidente.
Volvía a tener trece años, y pese a haberlo vivido, el ángel lo regresaba al pasado en otra perspectiva. Aquellos detalles vitales de esa noche (Su padre estaba bebido y recién encaraba una dura lucha por su grave adicción a las apuestas y a una “mala racha”, debido posiblemente al influjo producido por el divorcio de la “bruja infernal”, como llamaba a la madre de Gallardo).
Subieron apresuradamente a la pick up que su padre utilizaba para sus trabajos como carpintero. Gallardo inmediatamente volteó en dirección hacia donde presumía, en cualquier instante, aparecería el sorpresivo desconocido. Alfonso lo observó de reojo, malencarado. El muchacho se apresuró a decirle con cierto nerviosismo:
–Hoy creo ha sido una mala noche, papá, pero dejemos el pasado atrás, y tómalo esta vez con calma. Quiero regresar con mamá, he decidido quedarme con ella hasta que logres superar toda esa rabia, y consigas controlar…
–¿De qué hablas, carajito? – Aquella pausa, ese instante, determinaba el detonante y la reacción de Alfonso no fue la esperada por Gallardo, quien sin siquiera observar la vía, aceleraba tan brusca y ciegamente, como la primera vez.
–¡Nooo! ¡Detente!
El vehículo enfiló zigzagueante por la estrecha carretera. Gallardo, en un desesperado intento, tomó el volante tirando con todas sus fuerzas hacia él; la camioneta dio un brusco viraje, e impulsado por el violento cambio de dirección, el niño terminó chocando la cabeza contra el cristal de la puerta del copiloto.
Alfonso, impresionado ante la escena, desvió el curso del vehículo, haciéndolo derrapar sin percatarse que en ese mismo instante, un chico, el ángel, desaparecía del campo visual en fracciones de segundos, casi rozando el mortal guardafangos, a tan sólo pocos centímetros de una muerte segura.
Gallardo, desmadejado, agonizaba. Entre hilos de lluvia y sangre, con el rostro repleto de finos cristales, volvía a observar por última vez, no los ojos desorbitados de su padre, sino la dulce y singular figura que se alejaba, envuelta entre sutiles gasas, similares a las nubes de la aurora boreal.



Episodio V – Memento Mori
De espaldas al aula, Leonor transcribía los fundamentos del voleibol con letra fluida y vibrante. La punta de fieltro azul reproducía al unísono cada frase en la pizarra, mientras sus jóvenes alumnos la escuchaban con expectación.
–Y en cuanto a la altura de la malla, ésta varía: dos metros veinticuatro para las hembras, y dos metros cuarenta y tres… ¡Gallardo!…
Los niños se miraron extrañados; la profesora al darse la vuelta quedó petrificada con una expresión en el semblante de estupefacción y asombro. La sensación que experimentó Leonor fue una premonición. Llegó a ella súbitamente, recorriéndola de la cabeza a los pies.
Uno de los niños más sarcásticos, se atrevió a susurrar:
–¡Hey! Aquí que yo sepa, ninguno se llama Gallardo, ¿no se habrá equivocado de sección?
–¡Cállate, torpe! ¿No recuerdas que así se llama el hijo de la profe? –expresó tajante una niña pelirroja. Por segundos imperó un incómodo silencio. Leonor estaba ida, como en trance. Sus ojos fijos avistaban un horizonte distante.
–Niños… espérenme un momento aquí, calmados por favor… ¡Necesito hacer urgentemente una llamada!
Gallardo despertó encontrándose de dos maneras junto a su padre. Una en su regazo, desmadejado, sin vida; y otra pudiendo verse a sí mismo como el actor al contemplarse en su propia película “desde afuera”. Alfonso sujetaba el cuerpo sin vida de Gallardo a sus trece años, mientras a pocos metros, su espíritu adulto observaba la escena enternecido, invisible por ahora y transfigurado en ángel (o al menos eso creía).
Porque a pesar de su desnudez, su nuevo “cuerpo” no emanaba luz alguna; por el contrario, (y esto lo desconcertó un tanto, al compararse con aquel primer ángel de tan radiante aspecto). Su figura era ahora traslúcida cual cristal, tal vez como formada únicamente por agua o elemento similar.
Sus ligeros movimientos ejercían poco contraste con el asfalto y la vegetación cercana a la cuneta donde la camioneta pick up rudamente había ido a parar. A Gallardo lo formaban partículas incoloras, como fina e ingrávida lluvia suspendida en el espacio.
Alfonso colocó el cadáver de su hijo en la parte posterior de su pick up, con el mayor cuidado, cubriéndolo con una gruesa lona. Tanteó en acto reflejo la cintura del cadáver descubriendo el celular de Gallardo el cual vibraba con débil insistencia, por tener la batería descargada.
Aún así, al retirarlo pudo lograr leer con claridad “Leonor llamando” en la brillante pantalla del aparato. No contestó. Con un ligero puñetazo abrió la guantera del vehículo y sin más, lanzó el móvil dentro, volviéndola bruscamente a cerrar. Exasperado, prendió un cigarrillo. Necesitaba pensar.
«¡Hola! Es Gallardo, por los momentos no puedo atenderte. Déjame por favor tu mensaje, en breve te devolveré la llamada.» Sonó el tono y Leonor expresó: «Hijo, por favor, en cuanto puedas, llámame. Estoy muy preocupada por ti ¿Estás bien?… ¿Cómo te terminó yendo con tu papá?… Has lo posible. No importa la hora. Dios te bendiga. Te quiero. ¡Ah! Y si lo prefieres, chateamos. Estaré pendiente».
Leonor tenía un sexto sentido, aunque pocas veces hablaba de ello. Ella era una mujer mística, con el talento especial para reconocer el valor espiritual en las personas. Le era fácil internalizar actitudes, logrando identificar tanto la bondad como la corrupción presente en cada uno de nosotros. Pero ese don le había hecho una mala jugada.
O tal vez, al enamorarse de Alfonso, le fue imposible percibir aquel otro lado; ese mismo que al cabo de siete años, afloraría con rotunda y terrible crueldad: su mal carácter. Ella supo cuan agrio podía volverse luego de perder en alguna partida de cartas o al verlo regresar de una mala noche en el taller.
Pero todo eso era poco comparado al día que por accidente, sufrió una severa fractura diafisiaria, manipulando una de las herramientas de carpintería. A partir de ese momento, importantes huesos metacarpianos quedaron seriamente dañados. Inevitablemente Alfonso perdió pericia manual y el refinamiento necesario para llevar a cabo la mayoría de los proyectos del aserradero.
Leonor intentó animarlo, ofreciéndose a colaborar con él, pensando en reunir para lograr un tratamiento médico que lograra corregir la anomalía a un mejor nivel, pero sólo se enfrentaba a fuertes discusiones y negativas. Sin embargo, Leonor continuaba esperanzada en busca de una solución.
–¡La zurda no sirve ni para limpiarse el rabo! –vociferaba Alfonso cuando entraba en crisis.
–Entiendo cómo te sientes, créeme. Por eso me he informado que podrías postularte como aspirante para poner a prueba una nueva prótesis, desarrollada por un grupo de médicos de la Universidad ¡Mira! ¡Salió hoy en el periódico! –Leonor acercó el tabloide a su esposo.
–¡No quiero ser el conejillo de indias de ningún grupo de inventores, mujer!
–¡Por favor, Alfonso! ¡Date cuenta! Aquí explican de qué se trata. Es posible… lo presiento. Lograrías mucho si trataras. –Con el ceño fruncido, el testarudo carpintero leyó el artículo, sintiendo inevitablemente un reconfortante sentimiento de esperanza y renacer.
Episodio VI – Inner Sanctum
Tres semanas aproximadamente mantuvo inmovilizada la mano de Alfonso el nuevo dispositivo. Gallardo y Leonor lo visitaban regularmente. La novedosa propuesta médica permitió un seguimiento clínico exitoso, durante el proceso de consolidación y regeneración del tejido óseo. La diestra de Alfonso recuperó por completo su fuerza y movilidad.
También los importantes proyectos volvieron a llevarse a cabo. El negocio prosperaba. La carpintería logró fortalecer sus servicios con mayor personal y maquinaria especializada. Alfonso en persona reclutaba, previa verificación de su experiencia y preparación, a sus nuevos empleados.
Volviéndose al poco tiempo en el Gerente y también instructor del joven personal femenino bajo su mando. Buscar “favores” y encuentros sexuales clandestinos con las aspirantes, era su propósito oculto. Para Alfonso, ser infiel le hacía sentir poderoso. Su negocio le proporcionó buenos dividendos; suficientes para disfrutar gran parte de las noches en piano bares y hoteles, junto a sus amantes ocasionales, embriagado en lujuria y frivolidad.
Esta actitud pudo volver a Leonor vengativa y estúpida al sentirse decepcionada, pero por encima del gran dolor de la traición, ella decidió divorciarse, enfocándose en Gallardo y en su profesión. Sin embargo, Leonor no pudo evitar convencerse como Alfonso progresivamente iba transformándose en un ser oscuro, mezquino, terriblemente egoísta.
Luego de dejar el mensaje de voz a su hijo, Leonor subió con paso enérgico las escaleras, entrando al salón de profesores.
–¡Hola Jorge! ¿Cómo estás?
–¡Leonor, tanto gusto! ¿Tu clase con la sección C no terminaba a las cuatro?
–¡Sí! Por eso quisiera pedirte el favor que la finalices por mí. Debo salir con urgencia, ¡algo inesperado le puede haber pasado a mi hijo!
Episodio VII – Leitmotiv
Gallardo observaba fumar a su padre. Su mano derecha descansaba sobre el volante sujetando el humeante cilindro. La noche le brindaba un momento ideal para analizar todo lo sucedido.
Creyéndose a solas, Alfonso comenzó a conversar mentalmente consigo mismo. «¡Esa endiablada Leonor! Justo ahora ha querido saber del muchacho ¡Mierda! Cuando no tengo argumento para probar que yo no lo maté. Porque estoy convencido, yo no lo hice, yo no… ¡Esa figura fantasmagórica apareció de repente por el retrovisor!…
Y todo me hace pensar que tendría algo que ver con la locura que se apoderó de Gallardo al girarme el volante de ese modo». Alfonso tamborileaba el mismo volante entre bocanadas de humo, intentando aclarar sus pensamientos.
Mientras tanto, Gallardo permanecía entre las sombras, escuchándolo con ávido interés. Logrando visualizar incluso los recuerdos que su padre, comenzaba ahora a revelarle.
El aborrecía de cierta manera reconocer la capacidad de Leonor que la hacía mantenerse en conexión con Gallardo. Cuando era joven y recién llegado al país, Alfonso pasó sus primeros años trabajando a destajo buscando estabilidad mientras reunía algún dinero.
Uno de esos contratos se lo llegó a ofrecer en ese tiempo, Xavier Hallen, padre de Leonor. Los Hallen vivían en una formidable hacienda, la cual aspiraban remodelar para trasformar su caballeriza en una clínica veterinaria. «¡Uno de mis mayores retos!» enfatizó mentalmente. Fueron meses de arduo trabajo para lograr edificarla.
El viejo Hallen contrató a un equipo de primera, mayoritariamente extranjeros inmigrantes con ganas de trabajar y tener alojamiento mientras durara la obra. Esa hacienda había sido fundada hacía más de quinientos años y poseía un terreno envidiable.
Alfonso cerró los ojos unos instantes alzando el perfil arrogantemente. Lanzó la colilla por la ventana y encendió el motor de su camioneta. Esa pausa le advertía a Gallardo actuar con rapidez. Bajo ninguna circunstancia debía abandonarlo. Había pasado a ser el ángel guardián de su padre, aunque por ahora, no tenía claro si debía protegerlo, o no.
Episodio VIII – A Bonis Ad Meliora
Matamoe fue el gran sueño de la familia Hallen. Era una casona construida mayoritariamente con sólidos muros de piedra y regios acabados en madera. El característico techo colonial a dos aguas de tejas sobre columnas y el piso de terracota, ambos de color rojizo. Poseía un aura encantadora, de ensueño.
Aquella arquitectura atrapaba con su agradable energía. Los Hallen establecían un equilibrio tal, entre hogar y buen ambiente, que cualquiera que los visitase podría notarlo y contagiarse. Aquella casa inspiraba a vivir en ella. Y ese propósito empezó a corroer la mente de Alfonso desde el primer momento.
Leonor era la menor y única hembra de tres hermanos. Su padre había esperado que su profesión como médico veterinario la inspirara a seguirle los pasos, pero sólo había logrado avivarle el amor y admiración por los animales.
–Me siento más ligada a explorar otras áreas, papá, ¡hay tanto por conocer! Me apasiona la conducta humana, la psicología por ejemplo. Aunque reconozco que tus pacientes se comportan mucho mejor que cualquiera de nosotros.
–Frente a la enfermedad cualquiera flaquea, hija mía. Para mí es un gran misterio encontrarme casos difíciles con feliz término y otros relativamente fáciles que culminan complicándose, como si la vida del animal no dependiese enteramente de mí.
–Curioso, ¿no?… Antes te imaginaba como una especie de Noé moderno con Matamoe como tu gran arca particular.
–¿Ah, sí? Y ahora que estás hecha toda una impertinente pero bella señorita, ¿cómo me ves?
–¡Como ese gran señor todopoderoso que decretó poblar por tercera vez la tierra con toda clase de peculiares criaturas, incluyéndome!
–¿Tercera, dices? Tenía entendido…
–¡Sí, tercera! –interrumpió Leonor con dulzura, posando con suavidad su dedo sobre los labios de su padre.
–¡Porque tú esta vez superaste a Noé, llenaste el arca sin necesidad de temerle a ningún diluvio!
Xavier infló exageradamente sus cachetes y miró con ojos saltones a su hija, luego estalló la carcajada entre ellos.
–¡Qué ocurrencias las tuyas, muchachita! – exclamó Xavier, abrazándola.
Alfonso apareció frente a ellos contemplando la escena, dispuesto a informar al patrón.
–Disculpe Ud. Sr. Hallen, hemos terminado los recubrimientos del área para cirugías, ¿desea inspeccionarlos?…
Leonor reparó en ese momento, con cierta timidez, en la figura varonil y en la seguridad de aquel hombre.
–¡Alfonso! ¡Caramba! ¡Vamos con buen ritmo entonces! Por cierto, ella es Leonor, mi admiradora favorita.
–Tanto gusto señorita Hallen.
–El gusto es mío. –contestó Leonor, estrechando la rugosa mano de Alfonso brevemente y detallando con disimulo sus facciones.
–Gran parte de todo lo nuevo que verás a continuación, hija, es mérito de este buen hombre. Creo no equivocarme al considerarlo un genial trabajador y virtuoso modelista de la madera. El ha coordinado al resto de los obreros con gran acierto.
–Alfonso resguardaba su falsa modestia con una sonrisa de monalisa. Debía aparentar gran humildad. Arrastrarse con sigilo, ganado terreno manteniéndose al acecho. Si jugaba bien sus cartas, lograría con el tiempo su cometido: poseer a Leonor y apoderarse de Matamoe a como diera lugar.






Episodio IX – Sacrificium
El profesor Jorge se quedó parado viendo alejarse a Leonor hacia el vestíbulo, rumbo al estacionamiento. Experimentó un especie de deja vu. Le vino a la mente una noche junto a las olas, conversando plácidamente frente al mar con Leonor. La había convencido en llevarla a dar un corto paseo por la costa. Él guardaba un profundo afecto por ella.
–Has asimilado muy bien el aire marino, Leonor, ¡tienes rostro de sirena! Podrías hablarme, si gustas, de esa afinidad especial con tus alumnos. Me intriga conocer cómo logras llevártela tan bien con ellos.
–También siento gran empatía hacia ti, Jorge, créeme. Por extraño que parezca, mamá fue quien me reveló sus poderosas enseñanzas.
–Pero, Leonor, ¿no me habías contado que tu madre murió justo después de darte a luz?
–Sí, así fue. Mi padre compartió muchos de sus secretos. Ese legado le hizo asimilar mejor su partida. Te explico: Hace treinta y dos años, mamá quedó embarazada sin ella haberlo planificado. Papá recibió maravillosamente la noticia, pero mamá quedó muy afectada.
–¿Por qué, Leonor?
–Porque de algún modo inexplicable a ella le fue revelado el desenlace.
–¿Cuál? ¿El de que vendrías tú en camino?
–Sí, pero también el que yo estaba destinada a morir antes de nacer.
–¡Dios! ¡Eso es sorprendente! ¿Cómo podría ser posible?
–Mamá lo sabía. Mi vida no progresaría una vez ella rompiera fuente y estuviera a punto de iniciar sus labores de parto. Imaginarás la completa agonía de mi padre al ella confesárselo.
–¡Me imagino! Y entonces, ¿qué pasó?… –Leonor desvió por primera vez la mirada hacia Jorge, desenfocándola. Recordar aquel suceso le afectaba un tanto. Respiró hondo y expresó:
–Mi madre decidió sacrificar su alma por mí. Papá fue testigo de ese milagro extraordinario. Hizo un diario relatando con sumo detalle cada día de mi gestación y consiguió transcribir la mayoría de las revelaciones que mi madre en secreto, le fue comunicando ¡Ella y yo estamos conectadas, Jorge! Así como yo lo estoy ahora con mi hijo Gallardo. Mientras más ligado te encuentres a un ser querido, mayor es ese enlace.
–Lo que me cuentas, amiga, es asombroso. Quieres decir que esa comunicación espiritual puede ir por encima de la muerte.
–La muerte es un estado transitorio. Todos deberíamos aceptarlo. Mamá transformó muchos de mis preconceptos acerca de estas cosas. Pero requirió de la guía y el estudio adecuado para asimilarlos. No te creas, mi ex esposo Alfonso, aborrece todas estas ideas de precognición. Pero gracias a él, tengo a Gallardo.
–¿Confías que él sea una buena influencia para tu hijo?
–No lo es. Pero estoy convencida que Gallardo va a lograr en su momento, una importante transformación en su padre. –Leonor volvió a enfocar con gran profundidad la mirada en Jorge y éste sintió escalofríos. –Aunque tenga que pagar un alto precio.
El sonido de las olas fue desvaneciéndose en la mente de Jorge, al instante que éste se dirigía al salón de clase para relevar a Leonor.
Episodio X – Perspicillum
Gallardo comenzaría totalmente ciego en su misión. Aquella muerte accidental lo mantendría en un estado conocido como “fuera de rango”. Un ángel raso renegado a establecerse como novato en su desempeño. Sólo empezaría a ascender a medida que su influencia y persuasión sobre Alfonso lograran su redención. Gallardo debía aprender a ver de cerca estando lejos. Ambos enfilaron hacia el sur, encontrando a pocos kilómetros una alcabala.
–¿Rumbo a Matamoe, señor?
–Para variar. –Dijo Alfonso con desdén al vigilante, mintiéndole. Al cruzar el enorme arco rotulado con letras góticas: Hacienda Matamoe 1590, comenzaron a recorrer un recto sendero flanqueado por frondosas palmeras en perfecta simetría.
Eran imponentes columnas vegetales, cuales centinelas en perfecta formación. Pero al alcanzar alejarse lo suficiente de la caceta de vigilancia, Alfonso frenó brevemente para luego desviarse hacia su izquierda, penetrando entre dos palmeras rumbo a Apartaderos, su finca particular.
La cuatro por cuatro permitió el recorrido con facilidad, cortando camino a través de tupidos matorrales. Alfonso había logrado hacerse un refugio personal dentro de los linderos de la hacienda, so pretexto de contar con el suficiente privilegio para poseer también un lugar privado. Nadie en la familia conocía su existencia. Hasta ahora.
Gallardo inmediatamente percibió el cambio de humor en Alfonso. Una sonrisa maliciosa afloró en su rostro y en la mente del carpintero surgió el recuerdo cuando ordenó en secreto construir Apartaderos.
La remodelación de la caballeriza suministró todos los recursos para llevarla a cabo. Mimetizada entre frondosos jardines y el exuberante bosque circundante, la finca deslumbraba por su diseño innovador. Madera y cristal combinados con exquisito resultado. «Moldeada por los dioses para un gran dios», comentó Alfonso petulantemente.
A Gallardo le dio la impresión que aquello no podía ser verdad. Su padre ensalzaba su descaro proclamándose con la potestad de construir en el terreno de su abuelo sin autorización ni derecho. Era evidente que Alfonso se adelantó, tomando en cuenta que, posteriormente, poseería parte de esas tierras, al casarse con Leonor.
Su plan maestro lo coronó cuando fortuitamente al señor Hallen y a sus dos hijos mayores les llevara la muerte al ahogarse en un río caudaloso. Con Leonor como única heredera, Matamoe pasó a manos de Alfonso, al éste comprarle su parte como uno de los acuerdos al momento de divorciarse de ella.
–Te dará buen dinero, Leonor, y tendrás total independencia económica. –Le aconsejó pausadamente su abogado.
–Además, Gallardo está garantizado, al incluirse la clausula de ser el único heredero posible de esa propiedad. ¿No creerás a Alfonso capaz de deshacerse de su propio hijo para quedarse con Matamoe, o sí? –Leonor guardó silencio mientras firmaba retraída el documento. Luego expresó:
–Tal vez sea Alfonso quien deba resguardarse de mi hijo, si no actúa prudentemente. –Levantó la pluma del papel, marchándose calmadamente del despacho.
Episodio XI – Ante Bellum
Amanecía. Simultáneamente Apartaderos y Matamoe eran habitadas por seres extraordinarios. En Apartaderos, Alfonso le daba ingreso sin proponérselo a Gallardo, transfigurado. En Matamoe, Leonor acababa de lograr invocar a los ángeles de su padre y hermanos, solicitándoles apoyo para localizar a su hijo.
Le costaba entender aquella respuesta: «Tan cerca de su padre como su corazón del suyo». Leonor debió evadir sus temores al corroborar que el comentario del vigilante de la alcabala no era cierto. Alfonso no estaba en Matamoe.
Un ángel casi siempre era metafórico en sus respuestas. A Leonor incluso le costaba bastante diferenciar entre las respuestas dadas por su padre y las expresadas por sus hermanos. Ese nivel de aprendizaje le costaría muchos años más de estudio. Al menos lograba conectarse con ellos.
Lamentaba descubrir que el sacrificio de su madre la imposibilitó ser también un ángel. Ella resguardaba esa cualidad en su interior. Afloraría cuando el tiempo lo considerara necesario.
Por ahora ellos habitaban la antigua casona, manteniendo contacto con Leonor ocasionalmente. Alfonso no había reparado que el vigilante de la hacienda continuaba considerando a Leonor “su patrona”, dejándola ingresar sin restricciones. Leonor decidió llamar al celular de Alfonso.
Sabía el riesgo que correría, pero sería el único modo de corroborar aquel don heredado por su misterioso nacimiento. Ella era “portadora de visiones” como la diosa Hécate, cuyos influjos podían aportar tanto inspiración como locura.
En aquel instante Leonor percibía una mezcla confusa de ambas emociones. Su interés por conocer el estado de su hijo, tal vez obligaría a Alfonso a mentirle descaradamente. Incluso no estaba segura si le contestaría. Pero, para su sorpresa, Alfonso atendió:
–¿Leonor?…
–Sí Alfonso, soy yo. Buenos días. Perdona pero me vi en la necesidad de llamarte para saber de Gallardo.– Leonor esperó unos segundos estremeciéndose al poder captar cualquier maquinada respuesta.
–Claro, Gallardo… Él está aquí conmigo en este momento. – La voz de Alfonso la desconcertó o tal vez le hizo dudar por instantes lo real de aquella impactante visión en el salón de clases.
–¿Podrías pasármelo un momento, por favor?– Cristales rotos esparcidos con furia y un extraño lugar en penumbras vuelven a la mente de Leonor.
–¿Pasártelo? Oye, creo que eso no va a ser posible ahorita, Leonor.
–¿Pasa algo? Tú estás muy raro, Alfonso. Es extraño oírte hablarme así.– La visión comenzaba nuevamente a manifestarse, provocando en Leonor un espantoso escenario surrealista donde una figura siniestra llenaba el ambiente de extrema excitación como un toro enfurecido en plena faena. Ella percibía a Gallardo enfrentándose a Alfonso y viceversa.
–Me he vuelto sutil a partir de hoy, créeme.
–¿Un cambio inesperado en tí? ¡Vaya! ¿Quién lo habría creído?
–Eeee Leonor, te aseguro que sabrás de Gallardo en poco tiempo. Él me ha dicho que se pondrá en contacto contigo, una vez… –Casi no se le escuchaba la voz a Alfonso. Parecía que ahora su celular estaba lejos de su boca, o en modo de altavoz.
–¡Una vez que él termine conmigo! –Expresó con un tono de auténtico terror. Inmediatamente la llamada se cortó. O colgaron. De cualquier forma, Leonor no pudo repetirla ni logró dejarle mensaje alguno en su contestadora. Leonor exasperada, intentó correr, buscar ayuda, pero inesperadamente, al traspasar la puerta fue retenida en las afueras del jardín por el guardián de la caseta de vigilancia aprestando su arma quien confesó alarmado haber escuchado unos espantosos gritos y un estruendo de golpes en las cercanías. Con tono cortés le pidió lo esperase ahí mientras él se dirigía hacia Apartaderos.
Leonor aturdida permaneció de pie junto a su padre y hermanos, sabiendo que ese era justo el momento indicado para ella voluntariamente transformarse en ángel.
Episodio XII – Dies Irae
Los huesos de la mano junto a todos sus ligamentos, flotaban con pasmoso realismo frente a los ojos de Alfonso. Aquella vieja fractura volvía a transformarse en su peor pesadilla, porque inexplicablemente Gallardo tenía el poder para someter a su padre. Apenas entraron a Apartaderos, Alfonso fue abordado por una oscura presencia, la cual pasó a materializarse frente a él en cuestión de segundos.
Paredes, techo, piso, muebles, todo quedó impregnado de una negrura sobrenatural a su alrededor. La claridad quedó invertida, similar al negativo de una foto. Sólo los pocos objetos de tonalidades oscuras pasaron justamente a verse de un blanco segador. Gallardo destellaba ante su padre como una constelación reagrupada en figura humana.
Alfonso lo encaró abalanzándose hacia él con una fuerte arremetida, intentando de algún modo, derrumbarlo. Lo traspasó. Chocando con gran estruendo contra una de las grandes paredes recubiertas de espejo. Adrenalina en concentración. Todo fundamento racional quedó resquebrajado en caótico acto de fuerza bruta.
Alfonso en repetidos intentos sólo lograba impactar contra el fino mobiliario, sin darle alcance al intruso alienígeno. Sudor, jadeos y chirridos disonantes se entremezclaban junto a la impotencia de un Alfonso, cada vez más extenuado.
Gallardo no poseía facciones visibles. Su rostro carente de ojos, nariz y boca, tampoco tenía orejas. Era una silueta corpórea, brillante y estilizada como formada por lentejuelas o diminutos diamantes fijados a un maniquí invisible. Alfonso entonces, humillado y con la respiración entrecortada, espetó:
–¡Basura! ¿Qué demonios haces en mi casa?… ¿Ah?… –Gallardo se desplazaba de un lugar a otro como una figura espectral sin contestarle. Alfonso observó nervioso como aquella forma luminosa se aproximaba, no hacia él, sino hacia sus huesos suspendidos en bizarra y macabra composición.
–¡Detente! ¿Qué haces?
–¡No te atrevas a tocarla!
–¡No! ¡No te atrevas, coño!
–¡Mi mano, carajo!
Lágrimas involuntarias inundaron los angustiados ojos de Alfonso, quien frenético, intentó un último esfuerzo abalanzándose hacia Gallardo estrellando involuntariamente sus pantorrillas contra una sólida mesa de espejo cromado, la cual le hizo tambalearse y caer de bruces. La acción fue aparatosa; casi ridícula. Alfonso, tembloroso y jadeante, miraba a su hijo transfigurado envolviendo dentro de sí aquella siniestra masa ósea.
–¡Mi mano, nojoda!
Delirante, Alfonso imploraba de rodillas a aquel ser luminoso sobre los escombros de su propio mobiliario destrozado. El dolor punzante llegó a su cerebro segundos después. Aunque sus extremidades habían sido las afectadas, Alfonso percibía un indescriptible daño en su mano derecha, insoportablemente fuerte.
Su cerebro estaba a punto de estallar. En ese mismo momento, Alfonso recibía la llamada de Leonor. El aparato repicaba reproduciendo la melodía Dies Irae, del Réquiem de Mozart. Aquel dejo de indiferencia fue captado por Gallardo adelantándose a la reacción de su padre.
–¡Contesta la llamada!
–¿Qué? ¡Ajá! ¡Oblígame, asqueroso intruso!
–Lo haré.
–¡Aaaagggh, nojoda!
–¡Mírame, papá! –Gallardo revelaba su identidad ante los estupefactos ojos de su padre quien permanecía retorcido como víctima de un ataque epiléptico, invadido por una crisis suprema de dolor y rabia.
–¡Imposible! ¡No! ¡Mi hijo está muerto! ¡Aaaagggh! Tú no puedes ser él, no puedes…
–No en este presente, pero sí en un futuro cercano. Eso deberás comprenderlo por ti mismo. ¡Contesta! ¡Es mi madre quien llama! –Alfonso titubeante, se llevó al oído el aparato.
–¿Leonor?
–Sí Alfonso, soy yo. Buenos días. Perdona pero me vi en la necesidad de llamarte para saber de Gallardo.
–Claro, Gallardo… Él está aquí conmigo en este momento. –Gallardo fue aproximándose hacia Alfonso. Cada centímetro hacía reducir drásticamente la excitación de Alfonso, y el agudo dolor que experimentaba, serenándolo; haciéndole hablar ahora casi sin ningún dejo de exaltación.
–¿Podrías pasármelo un momento, por favor?…
–¿Pasártelo? Oye, creo que eso no va a ser posible ahorita, Leonor. –El ritmo cardíaco de Alfonso comenzó a descender, producto de un intenso frío proveniente de Gallardo.
–¿Pasa algo? Tú estás muy raro, Alfonso. Es extraño oírte hablarme así. –Un descenso mortal en la temperatura corporal de Alfonso progresivamente apagaba sus signos vitales.
–Me he vuelto sutil a partir de hoy, créeme. –Alfonso dejó de ver a su hijo hecho hombre, frente a él. Todo quedó en total oscuridad. Impasible, Alfonso sintió el susurro de la muerte. Justo en ese instante despertó en él la misma capacidad de Leonor. Y aquella araña ósea en forma de mano, retiró con total sutileza el celular de su oído.
–¿Un cambio inesperado en tí? ¡Vaya! ¿Quién lo habría creído? –Continuaba expresando Leonor, ajena a todo lo que estaba ocurriendo.
–Eeee Leonor, te aseguro que sabrás de Gallardo en poco tiempo. Él me ha dicho que se pondrá en contacto contigo, una vez… –El celular de Alfonso quedó suspendido en el aire como una pequeña burbuja. La mano esquelética lo sujetaba. Y ante lo inminente, Alfonso concluyó:
–¡Una vez que él termine conmigo!
Los huesudos dedos estrujaron el aparato como si de una simple hoja se tratara, destruyéndolo. El corazón de Alfonso se detuvo. Y todo quedó en silencio.




Comentarios

  1. El texto más largo que he escrito en mi carrera en solitario hasta los momentos. Confuso, nada lineal, en un intento de manejar las temporalidades y hacer algo muy diferente. Redactado cuando se fundó una cofradía de colegas escritores con la intención de que entre todas y todos, siguiéramos escribiendo. Mi madre sufrió un ACV en esos días, fue necesario pasar muchas horas en un hospital. Mi cuaderno de notas captaba sin chistar, mis emociones. Es el texto más crudo, en todo el sentido de la palabra que he escrito. Etapa superada y necesariamente culminada. Los títulos en latín de cada capítulo provinieron de distintas fuentes. Sus significados los pueden hallar en Google. Fueron aleatorios y totalmente viscerales.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

«Tres Relatos Extraordinarios»

  Relato I En la tercera parte de la película animada «Madagascar», aparece un personaje bastante singular, un tigre circense llamado Vitaly. Vitaly es un tigre ruso muy intimidante, grande y corpulento, que se especializaba en atravesar aros pequeños en un acto portentoso, nunca antes visto. Sin embargo, una vez Vitaly se quemó el pelaje al intentar atravesar un aro diminuto prendido en fuego, y desde entonces ha tenido miedo a volver a realizar su espectáculo. Eso sí, llegó a reconocer avergonzado que, para ejecutar su sorprendente acto, siempre había lubricado su pelaje con acondicionador para el cabello, pero esa última vez había usado aceite inflamable, y por tal razón había quedado abrasado accidentalmente. En casa tenemos adoptada a una perra adulta llamada Laila. Tiene mucho de pastor holandés, por su pelaje corto gris oscuro con sutiles pintas blancas. Parece una torta marmoleada. Laila es lista, sumisa, obediente y bastante inteligente. Comparte con nosotros en casa d...

«Rara Avis» ¿De qué va Pichones de un Escritor?

  I Estoy convencido, mi vida fue desde el principio una obra teatral, una gran historia llena de personajes interesantes y complejos. Como la de muchos otros seres humanos, pero, en mi relato personal, algunas escenas estarían marcadas por emociones y sentimientos intensos, contradictorios y capaces de dejar en mi alma una marca imborrable. Porque Alfredo Enrique Mambié Fernández, fue un hijo bienamado y resguardado por los primorosos cuidados de una madre sobreprotectora, exigente y preciosista en los mínimos detalles (moral, conducta, salud, higiene, ortografía, espiritualidad, modales y un largo etc.), y por un padre sabio, cercano y estable que quiso formarme como un hombre de bien desde mi niñez, mostrándome, desde que tengo uso de razón, la belleza de las cosas simples y valiosas de la vida; valorar la importancia de portarse bien y obrar de buena fe hacia los demás, con respeto, tolerancia, buena voluntad y consideración. Dando siempre el ejemplo con tus acciones. Ambos, ...

«Un Mosquito Infatigable»

  Un mosquito infatigable tenía a un hombre al borde de la desesperación, intentando picarlo sin piedad. Lo rodeaba por todos lados desde el aire, zumbándole en las orejas. Entonces el sujeto se hartó y con gran rapidez atrapó con una mano a su atacante en su puño, y decidió meterlo vivo en el congelador de su nevera. —¡Te vas a morir congelado desgraciado mosquito!» —le gritó colérico, mientras trancaba con fuerza la puerta del refrigerador de la nevera. Al cabo de unas horas, el carcelero abrió con cuidado la puerta del congelador, esperando ver muerto a su atacante, pero se encontró con el mosquito parado haciendo ejercicios, flexionando con rapidez sus patas y su cuerpo hacia arriba y hacia abajo, diciendo concentrado: —¡No me voy a congelar, no me voy a congelar...!